Viernes, 05 de Diciembre de 2025

María Soledad Martín Turiño
Lunes, 11 de Abril de 2022
ZAMORANA

Días de gloria, vida y muerte

[Img #64645]Al recordar a los difuntos se atribuye a San Agustín la frase “una lágrima por los muertos se evapora, una flor sobre su tumba se marchita, una oración por su alma, la recibe Dios”. Estos días de Semana Santa, además de conmemorar la pasión y muerte de Cristo, son proclives al recuerdo de aquellos que un día amamos y ya no están con nosotros; gente que marcó el camino, que nos educó, nos acompañó, en quienes confiamos, a quien amamos… ahora forman parte de un lugar que cada uno sueña a su medida. Para las personas de mi generación, porque así nos lo inculcó la religión católica en la que muchos crecimos, el cielo con sus privilegios era el refugio eterno de las almas bondadosas que se habían portado bien en este mundo. Para otras creencias, menos oníricas, cuando muere el cuerpo, que no deja de ser un mero envoltorio biológico, el alma o el espíritu se convierte en energía que sigue latiendo en la memoria de los vivos; también hay quien piensa en la posibilidad de una segunda vida porque creen en la reencarnación; y los científicos, los ateos o los más realistas ¡quién sabe! dicen que cuando alguien muere, ya no queda nada.

 

Supongo que cada uno a su manera nos enrocamos con fuerza en alguna creencia para no perder del todo al que se ha ido; el recuerdo es un sistema infalible, al menos mientras dura. El soporte material que conservamos es, igualmente, necesario, ya sean fotografías, grabaciones etc. que perdura más allá de la persona y nos la regala en su plenitud tantas veces como deseemos verla, porque la memoria es frágil y transcurrido un tiempo, empieza a haber lagunas, la imagen se desdibuja, el sonido de la voz se pierde definitivamente, el olor desaparece y el recuerdo va diluyéndose hasta desvanecerse.

 

Hay quienes conservamos objetos materiales que nos son muy preciados: un mechón de pelo, un pañuelo con su perfume, una joya que no nos quitamos… y es otra forma de mantener la memoria viva de quien se ha ido. En cualquier caso, la lección que puede desprenderse de una ausencia es haber aprovechado el tiempo y disfrutado, aprendido y amado con ella hasta el final, porque importa más la calidad que la cantidad.

 

Existen determinadas fechas en el calendario: Semana Santa, Navidad, el Día de los Santos, o los Difuntos, que son propensas a la reflexión, a meditar un momento, al recuerdo y la añoranza de quienes ya no están a nuestro lado; se les echa de menos, alguna lágrima se escapa o un suspiro corona el recuerdo; luego hay que continuar viviendo, dejando atrás como quien corre una cortina, ese otro mundo paralelo de los muertos para avanzar en el día a día hasta que nos llegue el momento infalible de reunirnos con ellos. Hasta entonces, es preciso vivir con mayúsculas, porque como reza el aserto de Abraham Lincoln: “al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años”.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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