LA OTRA PASIÓN
Zamora es mucho más que una bonita Semana Santa

Zamoranos: no nos engañemos, la Semana Santa no nos salvará de nuestra decadencia económica y demográfica. Quizá, para penitentes y gente de fe, la Pasión se contempla como una catarsis.
Podría ser. No lo niego desde mi escepticismo. Pero Zamora es algo más que Semana Santa, mucho más que sus estéticos desfiles procesionales, rúas abarrotadas, hoteles, restaurantes, bares y cafeterías colmados.
Esta ciudad y su provincia, si mantienen el mismo silencio que impera durante los desfiles procesionales, ante la injusticia que padecen desde tiempos inmemoriales, se convertirán en una reserva espiritual de España.
El zamorano es un ser vivo que necesita alimentarse, una vivienda, divertirse, sentirse orgulloso de su ciudad, en definitiva, vivir. Y unos cuantos días, por muy santos que se apelliden, no nos sacarán de la deriva económica que, estoicamente, soportamos. Si toda la ambición, pasión, talento y genio que dedican los amantes de la Semana
Santa la proyectasen sobre el día a día económico, social y cultural, y por qué no, político, Zamora se situaría entre las ciudades más emblemáticas de España; despertaría la envidia de urbes vecinas y lejanas y los jóvenes no huirían del caciquismo, atraso y decadencia que protagoniza nuestra vida social.
Me siento orgulloso de la Pasión de mi ciudad del alma, no por su sentido religioso, sino por el estético, porque, como escribía uno de estos días, la Semana Santa de Zamora ha dejado de ser católica, para transformarse en una manifestación popular de fiesta, de alegría, de tradiciones, de recuerdos y de reencuentros con los zamoranos que regresan de sus labores más allá de la geografía provinciana.
No obstante, como corolario: requiero idéntico esfuerzo y entrega de mis paisanos, de los políticos, de los pocos empresarios que quedan por estos pagos, durante el resto de las semanas del año, aunque no sean santas.

Zamoranos: no nos engañemos, la Semana Santa no nos salvará de nuestra decadencia económica y demográfica. Quizá, para penitentes y gente de fe, la Pasión se contempla como una catarsis.
Podría ser. No lo niego desde mi escepticismo. Pero Zamora es algo más que Semana Santa, mucho más que sus estéticos desfiles procesionales, rúas abarrotadas, hoteles, restaurantes, bares y cafeterías colmados.
Esta ciudad y su provincia, si mantienen el mismo silencio que impera durante los desfiles procesionales, ante la injusticia que padecen desde tiempos inmemoriales, se convertirán en una reserva espiritual de España.
El zamorano es un ser vivo que necesita alimentarse, una vivienda, divertirse, sentirse orgulloso de su ciudad, en definitiva, vivir. Y unos cuantos días, por muy santos que se apelliden, no nos sacarán de la deriva económica que, estoicamente, soportamos. Si toda la ambición, pasión, talento y genio que dedican los amantes de la Semana
Santa la proyectasen sobre el día a día económico, social y cultural, y por qué no, político, Zamora se situaría entre las ciudades más emblemáticas de España; despertaría la envidia de urbes vecinas y lejanas y los jóvenes no huirían del caciquismo, atraso y decadencia que protagoniza nuestra vida social.
Me siento orgulloso de la Pasión de mi ciudad del alma, no por su sentido religioso, sino por el estético, porque, como escribía uno de estos días, la Semana Santa de Zamora ha dejado de ser católica, para transformarse en una manifestación popular de fiesta, de alegría, de tradiciones, de recuerdos y de reencuentros con los zamoranos que regresan de sus labores más allá de la geografía provinciana.
No obstante, como corolario: requiero idéntico esfuerzo y entrega de mis paisanos, de los políticos, de los pocos empresarios que quedan por estos pagos, durante el resto de las semanas del año, aunque no sean santas.

















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