MARTES SANTO: SAN FRONTIS
El Jesús hortelano del Vía Crucis regresa al barrio
El río Duradero le pidió a su madre, la lluvia, que no lo mimase esta noche de Martes Santo de 2022, porque un Cristo y una Virgen habían sido invitados a atravesarlo por encima de su amigo, el puente, con el que lleva compartiendo una amistad centenaria. Y la cofradía del Vía Crucis regresó a su margen izquierda, a los barrios de Cabañales, donde la cuidan las monjitas, y a San Frontis, donde le encanta a estar el Nazareno, porque allí huele a chopos, a juncos, a agua eterna, a carpas, a patos y gansos.
En esta ciudad, una ancianita con arrugas en sus piedras, la parió este río cuando amó a una orografía. A esta cofradía, la crearon después de la Guerra Civil. Salió de un barrio, quizá el más humilde de Zamora, también el que contempla la ciudad que fue y ya no es, con una perspectiva distinta, la más hermosa. Dicen de este Cristo moreno que es muy milagroso, que le pides imposibles y te los presenta. Y, además, por si te sientes solo por la vida, detrás de él, muy cerca, camina la Virgen de la Esperanza, que es una Señora verde, con muchas joyas, como si fuera andaluza, y no zamorana.
El Vía Crucis es porque existe su río, porque sin el Duero, no sería. Por eso se mira en el espejo de sus aguas para verse reflejado, para que le hagan fotos, para que llorar sin que se vean las lágrimas, para que la hermana Portugal recoja su canto triste, su miserere, su perdón.
El Jesús Nazareno es como un viejo hortelano de San Frontis, que carga con la cruz de la vida para subir hasta la Zamora grande, visitar su Catedral, verse con el Cristo de las Injurias, y regresar al barrio para contarle a sus vecinos y amigos lo que pasa al otro lado del Duero, el río que nos une, el río de la vida.
Eugenio-Jesús de Ávila
El río Duradero le pidió a su madre, la lluvia, que no lo mimase esta noche de Martes Santo de 2022, porque un Cristo y una Virgen habían sido invitados a atravesarlo por encima de su amigo, el puente, con el que lleva compartiendo una amistad centenaria. Y la cofradía del Vía Crucis regresó a su margen izquierda, a los barrios de Cabañales, donde la cuidan las monjitas, y a San Frontis, donde le encanta a estar el Nazareno, porque allí huele a chopos, a juncos, a agua eterna, a carpas, a patos y gansos.
En esta ciudad, una ancianita con arrugas en sus piedras, la parió este río cuando amó a una orografía. A esta cofradía, la crearon después de la Guerra Civil. Salió de un barrio, quizá el más humilde de Zamora, también el que contempla la ciudad que fue y ya no es, con una perspectiva distinta, la más hermosa. Dicen de este Cristo moreno que es muy milagroso, que le pides imposibles y te los presenta. Y, además, por si te sientes solo por la vida, detrás de él, muy cerca, camina la Virgen de la Esperanza, que es una Señora verde, con muchas joyas, como si fuera andaluza, y no zamorana.
El Vía Crucis es porque existe su río, porque sin el Duero, no sería. Por eso se mira en el espejo de sus aguas para verse reflejado, para que le hagan fotos, para que llorar sin que se vean las lágrimas, para que la hermana Portugal recoja su canto triste, su miserere, su perdón.
El Jesús Nazareno es como un viejo hortelano de San Frontis, que carga con la cruz de la vida para subir hasta la Zamora grande, visitar su Catedral, verse con el Cristo de las Injurias, y regresar al barrio para contarle a sus vecinos y amigos lo que pasa al otro lado del Duero, el río que nos une, el río de la vida.
Eugenio-Jesús de Ávila





















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