Jueves, 04 de Diciembre de 2025

Nelida L. Del Estal Sastre
Domingo, 17 de Abril de 2022
CON LOS CINCO SENTIDOS

De la decepción y el abatimiento... de la fractura de mi cerebro

[Img #64842]Hoy no tengo ganas de escribir para nadie, acaso solo para mí; a solas, para que nadie se entere de mi llanto interior. Es como si trasladara lo que siento a una página en blanco; a un lienzo blanco gigantesco en mitad de mi salón, para pintarlo a base de escupitajos de pintura en forma de palabras, como pintaba el gran Jackson Pollock. Creo que me quedaría un cuadro feo, horrible, lleno de amargura y colores oscuros cercanos al negro y al gris. Al negro del luto por la muerte de mi jodida inocencia de serie y al gris de la medianía entre lo real y la puta mentira. No hay cosa que más repulsión me proporcione, que más asco me dé, que la mentira y los mentirosos. La gente que me conoce, lo sabe bien. Me llaman rara porque, por lo visto, todo el mundo miente. Pues me niego a pensar eso. Tiene que haber más personas como yo.  

 

El problema radica en que soy excesivamente confiada y cuando descubro que me han mentido o me han maquillado una mentira, haciéndola parecer como verdad, me rebelo y me salgo de mi propio cuerpo para cagarme en todos los dioses cristianos y paganos. Es algo que jamás lograré comprender. 

 

¿Qué impulsa al ser humano a mentir? ¿A vivir en la mentira? ¿A mentir a quien dices querer por encima de todo? ¿Qué? ¿Lo haces para sentirte más fuerte, más listo, más seductor, más capullo? ¿Para qué? Si al final, al pasar de días, meses o años, se habrá de descubrir tu mentira y quedarás solo, solo con tus ideaciones, con tus halagos de mierda que no eran para uno sino para decenas. Mentiras y más mentiras.  

 

Yo no tengo mucho dinero, lo justo para vivir, para mantenernos mi familia y yo y disipar la mente en vacaciones o permitirme el lujo de cambiar de blusa, pantalón y abrigo, con la misma asiduidad con la que cambio de ropa interior y calcetines. Sí, es mi vicio particular. No me drogo, ni delinco. Gasto el dinero ganado con mi sudor y el de mi cerebro en nimiedades perecederas como ropa, calzado, complementos y regalos para la gente a la que quiero. Contribuyo al comercio local para mi deleite, y a la sonrisa de los que adoro cada vez que se les asoma chispeante con un regalo inesperado, aunque sea una bobada absoluta. Soy feliz así. Sin dañar ni adrede, ni por equivocación. Por eso me las dan todas y se aprovechan de mí. Triste es darme cuenta tan tarde, joder, tan tarde. Podría, en condicional, haber sido más espabilada antes. Porque, ¿de qué sirve tener un cociente intelectual tan alto como el que tengo si no veo venir a quien me dañará? ¿De qué me sirve? De nada. La inteligencia no te hace ver con anticipación la maldad del ser humano y eso es una putada muy gorda. Podrás rellenar sudokus como nadie, estudiar varias carreras y másteres, pero ante una persona, esa inteligencia que te adorna no servirá para una mierda, mientras no sepas descifrar la nauseabunda mentira, el postureo y la egolatría que adorna a la mayor parte de la gente que conoces. Es triste, sí, lo es; yo he llorado y lloro cada vez que alguien en quien confiaba me decepciona, pero es lo que hay. ¿Qué debo de enseñar a mi hija para desenvolverse en el mundo actual, a desconfiar de todo el mundo, a no fiarse de nadie, a vivir en un constante estrés emocional por si te la juegan o te apuñalan por la espalda mientras tú, idiota, estás dando lo mejor de ti mismo a cambio de esa basura purulenta y pestilente? 

 

Cuando alguien en quien confías, al que has descrito tus vivencias más íntimas y personales, tus triunfos y tus miedos, te decepciona porque descubres, por azar, que te mentía, todo se acaba, todo cambia a un “fundido en negro”, como en el cine. Todo era ficción y es entonces cuando acuden a tu memoria momentos felices con algo que no cuadraba, y ahora resulta que, por fin, cuadra. Ya no puedes ser el mismo, y eso es muy duro, al menos para mí, lo es. Ya decía Jean Paul Sartre “Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad”. Cuando descubres que alguien a quien casi idolatrabas te la ha metido doblada durante mucho tiempo, sufres, sufres mucho. El sufrimiento llega al punto en el que ya no confías en nadie, porque te la ha jugado una persona en la que habías depositado secretos; secretos tuyos que ahora podrán ser munición de primer orden para acabar de joderte, sin tú haber hecho mal alguno a nadie. Te costará mucho volver a confiar en nadie. Yo lo comparo con el maltrato infantil o juvenil por parte de los padres a los hijos. Si la figura que ha de velar por tu seguridad, esa que te ha traído al mundo y ha de cuidarte, pero en lugar de proporcionarte cobijo, te pega y te trata como a un extraño, ya no podrás confiar en nadie jamás. Es algo inconcebible para mí, un padre que pega a su hijo o un amigo que te miente y te traiciona. Más aún, alguien que dice amarte y cuya vida está jalonada de mentiras que no veías, porque no querías verlas, porque estaban ocultas y sólo eras capaz de reparar en la peana que levantaba a esa persona. Tonta. Tonta. Más que tonta.  

 

Ya decía Eric Hoffer “La decepción es una especie de bancarrota: la bancarrota de un alma que gasta demasiado en esperanza y expectativa”. No puedo añadir nada más. No quiero añadir nada más. 

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