RES PÚBLICA
Los políticos se acercan a Zamora como a un tanatorio
A Zamora se viene como quien acude a un tanatorio: dar el pésame a los familiares, departir unos instantes con la concurrencia y pronunciar aquello de “¡qué bueno era!”. Los políticos también se acercan a nuestra provincia como si viniera a un duelo, nunca a celebrar acontecimientos gozosos, inauguraciones de empresas, regadíos, fábricas. Zamora, si ya era un desierto demográfico antes de la catástrofe de la Sierra de la Culebra, ahora no es más que un tanatorio, una provincia para la pena, para la visita política, para las fotos de dirigentes mirando mapas y cómo arde el bosque a distancia prudencial para que no le caiga una chispa por casualidad. Si exceptúas a Requejo y políticos de la Diputación, más los regidores de los pueblos, Mañueco y Suárez-Quiñones regresaron a Valladolid oliendo a Loewe, pero no a madera quemada, que es el aroma de la naturaleza cuando muere. ¿A qué huele una colmena cuando arden obreras, zánganos y reinas? ¿A qué perfume recuerdan las astas de los ciervos cuando se las come el fuego?
Y el que faltaba en estas exequias será, nada más ni nada menos, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, que convencerá a los convencidos, a los suyos, y a las almas cándidas, que la Sierra de la Culebra se transformará en un vergel en una miaja de tiempo, con las inversiones del Gobierno. Pero he leído que todavía Lorca, después de aquel ya lejano terremoto, sigue sin recibir un euro del ministerio correspondiente, y los vecinos de La Palma, donde un volcán mostró su hartazgo de guardar tanta lava bajo tierra, tampoco conocen aun cómo se transforman las promesas del presidente más guapo, con permiso de Adolfo Suárez, de la historia de la democracia, en realidad, en hechos.
En España faltan hombres de Estado, políticos señores, y sobran caras, filibusteros de la res pública. En esta desdichada nación sobran mentirosos políticos, pinochos ministros, botarates de izquierdas y badulaques de derechas. Y se necesitan ciudadanos, no hinchas, que pidan y exigen a unos y otros, a tirios y troyanos, lo que es menester. Y no votar por inercia o por odio, sino de acuerdo a una gestión.
Las reflexiones de Azaña, en plena Guerra Civil, siguen siendo hoy, casi un siglo después, válidas para la clase política que nos gobierna. Lea con atención:
Calificaciones sobre la política que se venía practicando en la República: “Política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta" / "Insufrible por su inepcia, injusticia, mezquindad o tontería". (Diarios sobre la política en la República)
"Obtusos", "loquinarios", "botarates", "gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta" / (Sobre los políticos radicales de izquierda en sus Diarios)
Solo percibo una mezcla de asco, repulsión, repugnancia y antipatía ante los políticos profesiones que nos gobiernan. Se lo han ganado. A Sánchez le silban allá por donde aparece, y a Mañueco no lo quieren ver en nuestros pueblos. La mentira también tiene un precio.
A Zamora se viene como quien acude a un tanatorio: dar el pésame a los familiares, departir unos instantes con la concurrencia y pronunciar aquello de “¡qué bueno era!”. Los políticos también se acercan a nuestra provincia como si viniera a un duelo, nunca a celebrar acontecimientos gozosos, inauguraciones de empresas, regadíos, fábricas. Zamora, si ya era un desierto demográfico antes de la catástrofe de la Sierra de la Culebra, ahora no es más que un tanatorio, una provincia para la pena, para la visita política, para las fotos de dirigentes mirando mapas y cómo arde el bosque a distancia prudencial para que no le caiga una chispa por casualidad. Si exceptúas a Requejo y políticos de la Diputación, más los regidores de los pueblos, Mañueco y Suárez-Quiñones regresaron a Valladolid oliendo a Loewe, pero no a madera quemada, que es el aroma de la naturaleza cuando muere. ¿A qué huele una colmena cuando arden obreras, zánganos y reinas? ¿A qué perfume recuerdan las astas de los ciervos cuando se las come el fuego?
Y el que faltaba en estas exequias será, nada más ni nada menos, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, que convencerá a los convencidos, a los suyos, y a las almas cándidas, que la Sierra de la Culebra se transformará en un vergel en una miaja de tiempo, con las inversiones del Gobierno. Pero he leído que todavía Lorca, después de aquel ya lejano terremoto, sigue sin recibir un euro del ministerio correspondiente, y los vecinos de La Palma, donde un volcán mostró su hartazgo de guardar tanta lava bajo tierra, tampoco conocen aun cómo se transforman las promesas del presidente más guapo, con permiso de Adolfo Suárez, de la historia de la democracia, en realidad, en hechos.
En España faltan hombres de Estado, políticos señores, y sobran caras, filibusteros de la res pública. En esta desdichada nación sobran mentirosos políticos, pinochos ministros, botarates de izquierdas y badulaques de derechas. Y se necesitan ciudadanos, no hinchas, que pidan y exigen a unos y otros, a tirios y troyanos, lo que es menester. Y no votar por inercia o por odio, sino de acuerdo a una gestión.
Las reflexiones de Azaña, en plena Guerra Civil, siguen siendo hoy, casi un siglo después, válidas para la clase política que nos gobierna. Lea con atención:
Calificaciones sobre la política que se venía practicando en la República: “Política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta" / "Insufrible por su inepcia, injusticia, mezquindad o tontería". (Diarios sobre la política en la República)
"Obtusos", "loquinarios", "botarates", "gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta" / (Sobre los políticos radicales de izquierda en sus Diarios)
Solo percibo una mezcla de asco, repulsión, repugnancia y antipatía ante los políticos profesiones que nos gobiernan. Se lo han ganado. A Sánchez le silban allá por donde aparece, y a Mañueco no lo quieren ver en nuestros pueblos. La mentira también tiene un precio.





















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