HABLEMOS
El nasciturus vale menos que el caniche
Carlos Domínguez
Dentro de una abyección moral sin precedentes, la patulea ideológica de socialismo y comunismo bajo atrezo socialdemócrata ha visibilizado una nueva causa con que hacer el agosto, aquella de los derechos y el bienestar animal, como evangelio a trasladar al derecho administrativo y, llegado el caso, a la ley penal. Que a la casta de una izquierda atrincherada con singular descaro en sus casoplones y latisueldos le importe la comodidad de la bestia alojada en el establo, la cuadra, el gallinero o la pocilga al uso, es idea que, cuando menos, provoca un sentimiento entre la hilaridad y la indignación.
Mientras tanto, nuestra sociedad guarda un oprobioso silencio ante el destino que el poder, actuando en el marco de una práctica masiva y socializada, reserva al nasciturus, al ser humano cuyo germen en el vientre materno, con taras o no, pues esto nunca sería moralmente decisivo, representa por sí sólo una plenitud de existencia, dejando de lado los inevitables azares del vivir. Ser reconocido como persona a lo largo de nuestra mejor tradición jurídica y civilizadora, que en la actualidad, debido a la mentira de las ideologías totalitarias, vástagos marxistas al servicio de las modernas fórmulas burocráticas de socialismo y comunismo, se ve amenazado por el imperio de un Estado convertido en máquina de dominio absoluto, capaz de dictaminar sobre la vida humana mediante un simple arbitrio funcionarial.
El aborto, que fue antaño decisión individual lícita o ilícita, pero a medir siempre por el rasero ético de cada quien, cual método socializado fruto de la planificación, y con origen por tanto en el control de la natalidad a que aspiró todo régimen socialista y comunista, se ha convertido en la gran ignominia de la humanidad contemporánea. Y con independencia del muy espinoso debate moral, lo es siquiera porque hoy, a remolque de doctrina y dogma progresista, la comodidad del animal en su granja, así como el bienestar del muy pulcro caniche de salón, resultan al parecer dignos de mayor protección que el humilde latir del nasciturus, en cuanto proyecto inalienable de vida y existencia.
Dentro de una abyección moral sin precedentes, la patulea ideológica de socialismo y comunismo bajo atrezo socialdemócrata ha visibilizado una nueva causa con que hacer el agosto, aquella de los derechos y el bienestar animal, como evangelio a trasladar al derecho administrativo y, llegado el caso, a la ley penal. Que a la casta de una izquierda atrincherada con singular descaro en sus casoplones y latisueldos le importe la comodidad de la bestia alojada en el establo, la cuadra, el gallinero o la pocilga al uso, es idea que, cuando menos, provoca un sentimiento entre la hilaridad y la indignación.
Mientras tanto, nuestra sociedad guarda un oprobioso silencio ante el destino que el poder, actuando en el marco de una práctica masiva y socializada, reserva al nasciturus, al ser humano cuyo germen en el vientre materno, con taras o no, pues esto nunca sería moralmente decisivo, representa por sí sólo una plenitud de existencia, dejando de lado los inevitables azares del vivir. Ser reconocido como persona a lo largo de nuestra mejor tradición jurídica y civilizadora, que en la actualidad, debido a la mentira de las ideologías totalitarias, vástagos marxistas al servicio de las modernas fórmulas burocráticas de socialismo y comunismo, se ve amenazado por el imperio de un Estado convertido en máquina de dominio absoluto, capaz de dictaminar sobre la vida humana mediante un simple arbitrio funcionarial.
El aborto, que fue antaño decisión individual lícita o ilícita, pero a medir siempre por el rasero ético de cada quien, cual método socializado fruto de la planificación, y con origen por tanto en el control de la natalidad a que aspiró todo régimen socialista y comunista, se ha convertido en la gran ignominia de la humanidad contemporánea. Y con independencia del muy espinoso debate moral, lo es siquiera porque hoy, a remolque de doctrina y dogma progresista, la comodidad del animal en su granja, así como el bienestar del muy pulcro caniche de salón, resultan al parecer dignos de mayor protección que el humilde latir del nasciturus, en cuanto proyecto inalienable de vida y existencia.
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