HABLEMOS
La socialdemocracia y el totalitarismo de nuestros días
Carlos Domínguez
Dentro de un proceso de manipulación hasta ahora desconocido, cuyo pilar es el colosal aparato mediático bombardeando día y noche mentes y conciencias de la masa, no suele percibirse un hecho decisivo. Las formas más brutales del totalitarismo contemporáneo, socialismo y comunismo en versión soviética y maoísta, fracasaron por sí solas a causa de que con sus herramientas criminales llegaban a controlar, a someter colectivamente a la población mediante prácticas concentracionarias o de puro exterminio. La Stasi, el KGB y el gulag resultaron métodos ejemplares. Pero a lo que nunca llegaron tales instrumentos fue a medir, a optimizar en beneficio del sistema la motivación, el grado de aquiescencia y sumisión stajanovista inherente a las infinitas decisiones individuales de la población en el ámbito económico, laboral y doméstico, donde el interés o la voluntad particular podía, de hecho lo hizo, sabotear como forma de resistencia el diktat coactivo de un inmenso aparato de poder, en nada distinto a la dictadura del proletariado o Estado comunista.
Tales realidades y fracasos no implican que el designio totalitario y represivo de socialismo y comunismo haya desaparecido de la escena política, ni en el llamado Tercer Mundo ni en Occidente y los países desarrollados. En estos últimos, donde la paz ciudadana requiere cierto grado de tolerancia siquiera por las condiciones socioculturales, la socialdemocracia, ese invento políticamente títere heredero del autoritarismo bismarckiano, se ha convertido a la vuelta del tiempo en la solución de recambio a unas fracasadas y criminales prácticas en sus manifestaciones más repulsivas. Sibilina y perversa donde las haya, la nueva estrategia del gran tapado socialdemócrata pasa por no interferir demasiado el campo incontrolable de las decisiones individuales, esfera económica y de la privacidad, donde en cualquier caso tampoco se renuncia a modelar pensamientos y conductas mediante campañas de adoctrinamiento en torno a cuestiones artificiales, aventadas con exclusiva finalidad política: feminismo, ecologismo, antirracismo…
Mas, en lo político, que no deja de ser lo fundamental, el proyecto totalitario de la socialdemocracia pasa por una Burocracia materializada en la hipertrofia de los aparatos funcionariales del Estado supuestamente democrático, buscando como objetivo máximo no ya suprimir la propiedad privada, sino mediatizarla a fin de que nunca alcance el grado suficiente para garantizar la autonomía del individuo dentro de la esfera económica y de las relaciones sociales. De lo que se trata, en fin, es de llevar adelante un programa de extorsión fiscal, con aparatos tributarios detrayendo hasta con la excusa más ridícula la riqueza de los ciudadanos, por vía de imposiciones ilimitadas pero siempre fruto de cálculos perversos, orientados a convertir a las clases activas y propietarias no en expropiados absolutos, sino en provechosas glebas fiscales al servicio del Estado a partir de un nivel óptimo de exacción. Y de paso, respecto a lo clientelar, hacer de ellas rebaño dependiente del subsidio y la dádiva pública.
La socialdemocracia y su proyecto totalitario encarnan hoy el comunismo en su estado más evolucionado y maligno. Todo bajo máscara de una Socialburocracia omnipotente, cuyo poder deviene expolio y dictadura fiscal, disfrazada de una liturgia democrática completamente vacía de contenido.
Dentro de un proceso de manipulación hasta ahora desconocido, cuyo pilar es el colosal aparato mediático bombardeando día y noche mentes y conciencias de la masa, no suele percibirse un hecho decisivo. Las formas más brutales del totalitarismo contemporáneo, socialismo y comunismo en versión soviética y maoísta, fracasaron por sí solas a causa de que con sus herramientas criminales llegaban a controlar, a someter colectivamente a la población mediante prácticas concentracionarias o de puro exterminio. La Stasi, el KGB y el gulag resultaron métodos ejemplares. Pero a lo que nunca llegaron tales instrumentos fue a medir, a optimizar en beneficio del sistema la motivación, el grado de aquiescencia y sumisión stajanovista inherente a las infinitas decisiones individuales de la población en el ámbito económico, laboral y doméstico, donde el interés o la voluntad particular podía, de hecho lo hizo, sabotear como forma de resistencia el diktat coactivo de un inmenso aparato de poder, en nada distinto a la dictadura del proletariado o Estado comunista.
Tales realidades y fracasos no implican que el designio totalitario y represivo de socialismo y comunismo haya desaparecido de la escena política, ni en el llamado Tercer Mundo ni en Occidente y los países desarrollados. En estos últimos, donde la paz ciudadana requiere cierto grado de tolerancia siquiera por las condiciones socioculturales, la socialdemocracia, ese invento políticamente títere heredero del autoritarismo bismarckiano, se ha convertido a la vuelta del tiempo en la solución de recambio a unas fracasadas y criminales prácticas en sus manifestaciones más repulsivas. Sibilina y perversa donde las haya, la nueva estrategia del gran tapado socialdemócrata pasa por no interferir demasiado el campo incontrolable de las decisiones individuales, esfera económica y de la privacidad, donde en cualquier caso tampoco se renuncia a modelar pensamientos y conductas mediante campañas de adoctrinamiento en torno a cuestiones artificiales, aventadas con exclusiva finalidad política: feminismo, ecologismo, antirracismo…
Mas, en lo político, que no deja de ser lo fundamental, el proyecto totalitario de la socialdemocracia pasa por una Burocracia materializada en la hipertrofia de los aparatos funcionariales del Estado supuestamente democrático, buscando como objetivo máximo no ya suprimir la propiedad privada, sino mediatizarla a fin de que nunca alcance el grado suficiente para garantizar la autonomía del individuo dentro de la esfera económica y de las relaciones sociales. De lo que se trata, en fin, es de llevar adelante un programa de extorsión fiscal, con aparatos tributarios detrayendo hasta con la excusa más ridícula la riqueza de los ciudadanos, por vía de imposiciones ilimitadas pero siempre fruto de cálculos perversos, orientados a convertir a las clases activas y propietarias no en expropiados absolutos, sino en provechosas glebas fiscales al servicio del Estado a partir de un nivel óptimo de exacción. Y de paso, respecto a lo clientelar, hacer de ellas rebaño dependiente del subsidio y la dádiva pública.
La socialdemocracia y su proyecto totalitario encarnan hoy el comunismo en su estado más evolucionado y maligno. Todo bajo máscara de una Socialburocracia omnipotente, cuyo poder deviene expolio y dictadura fiscal, disfrazada de una liturgia democrática completamente vacía de contenido.



















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