ZAMORANA
La intimidad de la noche
En la existencia diaria, en ocasiones tan intensa, hay poco tiempo para reflexionar, poner la mente en blanco y relajarla; únicamente disponemos de un período, a veces incluso muy breve, en el que cada cual es dueño de sus sentimientos, ilusiones o pensamientos, y es el que antecede al sueño. Durante esos momentos que, dependiendo de si el insomnio nos acecha, pueden ser cortos o muy largos, con la cabeza recostada en la mullida almohada, terminados los quehaceres y obligaciones del día, a oscuras para preservarnos de distracciones, es cuando podemos perdernos en nuestra propia historia.
Unos rememorarán épocas felices de un pasado que se fue, aquella decisión mal tomada que nos llevó a cambiar el transcurso de la vida; la ilusión del primer amor que sentimos como definitivo y no lo fue; las veces que nos rompieron el corazón; los viajes que no hicimos; la disculpa que no pronunciamos; las respuestas a destiempo; el no haber perdonado a quien nos dañó y ya es tarde porque se han ido para siempre sin que nuestra arrogancia permitiera aclarar las cosas; la persona a la que amamos con fervor y no nos pertenecía; la pasividad ante la vida que se abría ante nosotros y no supimos dar la debida importancia ….
Cada uno tiene encerrados en la mente sus propios demonios, esos que no salen al exterior, pero van minando hasta destruirnos y únicamente en el silencio de la noche, sin interferencias y a solas con nuestros propios pensamientos, les damos salida para reconducirlos a nuestro antojo y así poder abatirlos. En ocasiones la lucha es devastadora y el cuerpo se resiente de tanto dolor; cambiamos de postura cien veces en la cama para ver si con ello cambia también la intensidad de los pensamientos, e incluso abrimos los ojos para espantar la pesadilla, pero todo resulta inútil.
En otras ocasiones se produce un dulce deleite al revivir situaciones gratas: recordamos los acordes de aquella música que ponía fondo a una experiencia placentera; regresamos con las personas que ahora faltan; bailamos de nuevo con aquella ilusión de antaño; nos recreamos en la naturaleza: el río, los caminos, o las calles por donde nos perdíamos para estar a solas….
Sí, esos momentos previos a caer rendido ante el sueño y que Morfeo nos rodee con sus poderosos brazos y vele por los dulces y buenos sueños es solo nuestro; son pensamientos, ilusiones y esperanzas que no compartimos con nadie porque son íntimas para nosotros y recónditas para los demás.
Es bueno soñar, diría que casi necesario, ya sea rememorando lo que fue, o imaginando lo que puede ser. Decía Shakespeare que “un hombre que no se alimenta de sus sueños envejece pronto” y yo me pregunto: ¿Acaso hay alguien que le guste envejecer antes de que llegue el momento dictado por las leyes de la vida?
Mª Soledad Martín Turiño
En la existencia diaria, en ocasiones tan intensa, hay poco tiempo para reflexionar, poner la mente en blanco y relajarla; únicamente disponemos de un período, a veces incluso muy breve, en el que cada cual es dueño de sus sentimientos, ilusiones o pensamientos, y es el que antecede al sueño. Durante esos momentos que, dependiendo de si el insomnio nos acecha, pueden ser cortos o muy largos, con la cabeza recostada en la mullida almohada, terminados los quehaceres y obligaciones del día, a oscuras para preservarnos de distracciones, es cuando podemos perdernos en nuestra propia historia.
Unos rememorarán épocas felices de un pasado que se fue, aquella decisión mal tomada que nos llevó a cambiar el transcurso de la vida; la ilusión del primer amor que sentimos como definitivo y no lo fue; las veces que nos rompieron el corazón; los viajes que no hicimos; la disculpa que no pronunciamos; las respuestas a destiempo; el no haber perdonado a quien nos dañó y ya es tarde porque se han ido para siempre sin que nuestra arrogancia permitiera aclarar las cosas; la persona a la que amamos con fervor y no nos pertenecía; la pasividad ante la vida que se abría ante nosotros y no supimos dar la debida importancia ….
Cada uno tiene encerrados en la mente sus propios demonios, esos que no salen al exterior, pero van minando hasta destruirnos y únicamente en el silencio de la noche, sin interferencias y a solas con nuestros propios pensamientos, les damos salida para reconducirlos a nuestro antojo y así poder abatirlos. En ocasiones la lucha es devastadora y el cuerpo se resiente de tanto dolor; cambiamos de postura cien veces en la cama para ver si con ello cambia también la intensidad de los pensamientos, e incluso abrimos los ojos para espantar la pesadilla, pero todo resulta inútil.
En otras ocasiones se produce un dulce deleite al revivir situaciones gratas: recordamos los acordes de aquella música que ponía fondo a una experiencia placentera; regresamos con las personas que ahora faltan; bailamos de nuevo con aquella ilusión de antaño; nos recreamos en la naturaleza: el río, los caminos, o las calles por donde nos perdíamos para estar a solas….
Sí, esos momentos previos a caer rendido ante el sueño y que Morfeo nos rodee con sus poderosos brazos y vele por los dulces y buenos sueños es solo nuestro; son pensamientos, ilusiones y esperanzas que no compartimos con nadie porque son íntimas para nosotros y recónditas para los demás.
Es bueno soñar, diría que casi necesario, ya sea rememorando lo que fue, o imaginando lo que puede ser. Decía Shakespeare que “un hombre que no se alimenta de sus sueños envejece pronto” y yo me pregunto: ¿Acaso hay alguien que le guste envejecer antes de que llegue el momento dictado por las leyes de la vida?
Mª Soledad Martín Turiño





















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