EL BECARIO TARDIO
Deslices de la memoria
Esteban Pedrosa
Por esas extrañas cosas de la memoria, te puede sorprender el no recordar qué has comido al mediodía, mientras recuerdas cosas acaecidas lustros ha, incluso de la niñez y, muchas veces, con una precisión tal que te sorprendes a ti mismo y a los que te acompañaron en aquellos años:
-No puede ser que recuerdes eso. ¡Si solo tenías cuatro años!
Después, te dispones a salir de casa y no te acuerdas dónde dejaste las llaves la tarde anterior e, incluso, hay veces que se te ha olvidado cuál es el motivo de tu salida, hasta que te das cuenta de que has quedado con alguien y, por cierto, ya llegas tarde a la cita, aunque te alivia pensar que has quedado con otro desmemoriado.
Aunque perezca que no viene a cuento, tuve un perro al que le hice memorizar cinco o seis sitios a los que ir al salir de casa. “Al parque”, y nada más pisar la calle, giraba a la derecha, donde estaba, efectivamente, el parque. “Al coche”, y, en pocos segundos. ya estábamos ante la puerta del garaje… Jamás dudó. Ni en su vejez.
Dicen que nunca se olvidan cosas como montar en bicicleta o nadar, pero ojalá cosas tan sencillas tuvieran que ver con la memoria y no con esa otra que tanto nos preocupa, por muchos chistes que se han escrito sobre ella o muchas frases hechas, como la del jefe que reprende a algún empleado por llegar casi siempre tarde y apostilla: “pero a la hora de cobrar, eres el primero en llegar”.
O sea, que dicho jefe, describe una memoria interesada, de la que reconozco ser un alumno aventajado y nunca se me olvidó la fecha de mi boda por la cuenta que me tenía, igual que a mi perro le fallaba la memoria cuando le decía; “al veterinario”.
Ahora mismo estoy tratando de recordar a cuenta de qué he decidido hoy hablar de la memoria, hasta que recuerdo que no hace ni una hora me han pedido desde el periódico la columna de esta semana y aquí me tienen, a punto de terminarla.
Por esas extrañas cosas de la memoria, te puede sorprender el no recordar qué has comido al mediodía, mientras recuerdas cosas acaecidas lustros ha, incluso de la niñez y, muchas veces, con una precisión tal que te sorprendes a ti mismo y a los que te acompañaron en aquellos años:
-No puede ser que recuerdes eso. ¡Si solo tenías cuatro años!
Después, te dispones a salir de casa y no te acuerdas dónde dejaste las llaves la tarde anterior e, incluso, hay veces que se te ha olvidado cuál es el motivo de tu salida, hasta que te das cuenta de que has quedado con alguien y, por cierto, ya llegas tarde a la cita, aunque te alivia pensar que has quedado con otro desmemoriado.
Aunque perezca que no viene a cuento, tuve un perro al que le hice memorizar cinco o seis sitios a los que ir al salir de casa. “Al parque”, y nada más pisar la calle, giraba a la derecha, donde estaba, efectivamente, el parque. “Al coche”, y, en pocos segundos. ya estábamos ante la puerta del garaje… Jamás dudó. Ni en su vejez.
Dicen que nunca se olvidan cosas como montar en bicicleta o nadar, pero ojalá cosas tan sencillas tuvieran que ver con la memoria y no con esa otra que tanto nos preocupa, por muchos chistes que se han escrito sobre ella o muchas frases hechas, como la del jefe que reprende a algún empleado por llegar casi siempre tarde y apostilla: “pero a la hora de cobrar, eres el primero en llegar”.
O sea, que dicho jefe, describe una memoria interesada, de la que reconozco ser un alumno aventajado y nunca se me olvidó la fecha de mi boda por la cuenta que me tenía, igual que a mi perro le fallaba la memoria cuando le decía; “al veterinario”.
Ahora mismo estoy tratando de recordar a cuenta de qué he decidido hoy hablar de la memoria, hasta que recuerdo que no hace ni una hora me han pedido desde el periódico la columna de esta semana y aquí me tienen, a punto de terminarla.
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