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Redacción
Domingo, 09 de Octubre de 2022
HABLEMOS

Reivindicación de la catolicidad

Carlos Domínguez

[Img #70530]   Con ocasión del triunfo de Meloni y Fratelli d’Italia, la infatigable pravda mediática tanto pública como privada ha aireado con intención inquisitorial algunos pronunciamientos de la líder italiana, legítima ganadora de las elecciones en el país vecino. Entre ellos una defensa de la catolicidad, en lo que tuvo y tiene de argamasa cultural, con su innegable contribución a la identidad de nuestra civilización. Junto a sus púlpitos y terminales, los extremistas de izquierda volvieron aquí a la sobada cantinela de la alerta antifascista, como si ellos fuesen ajenos al infame bagaje del estalinismo, el gulag, la represión y el exterminio. Socialismo tal cual, y en lo espiritual ateísmo militante amén de beligerante, dada la persecución que conlleva desde la simple prohibición, hasta el genocidio y el crimen.

 

   Occidente ha de releer a Nietzsche y su demoledor Wille zur Macht, pero ha de hacerlo también con Bergson y especialmente con Renan, descreído de ida y vuelta sin renunciar jamás al valor de lo espiritual, hermanado con las exigencias de la razón y la crítica. Por lo mismo Occidente reivindicará la catolicidad como acervo en lo que cada cual prefiera: fe, saber o tradición, porque para nosotros representa tolerancia y libertad, al presente sin ortodoxia ni imposición dogmática, compatible por tanto con la opción individual en asuntos de conciencia. A diferencia de teocracias fanáticas, al catolicismo le incumbe la grandeza de convivir con quienes optan por un amable agnosticismo, algo que siempre significará dejar la puerta abierta a la duda, desde lo que para el hombre, ser racional en lugar de animal como actualmente se pretende, supone encarar el abismo insondable de la nada.

 

   Sí, reivindíquese igual que la líder italiana la catolicidad como seña de identidad de sociedades libres, donde lo espiritual queda a la entera elección de cada quien. Creer o no creer, sin mayor cuestión. De cualquier modo, precisamente por lo que el cristianismo tiene de tolerancia y neutralidad, el actual pontificado, con su ecumenismo indiscriminado y su posicionamiento a favor de las causas de una izquierda radicalizada y siempre anticatólica por atea, no contribuye, sino todo lo contrario, a recuperar como valor positivo en lo individual y social un sentimiento religioso inseparable de nuestra historia y genuina herencia. ¿Por qué los enemigos declarados de la Iglesia aplauden, esperpento y audiencias obsequiosas de por medio, la actual línea vaticana, mientras quienes pueden ser tenidos por auténticos fieles, practicantes o no, se sienten abandonados bajo la égida del papa que sólo por soberbia, pecado verdaderamente capital tratándose de la cátedra de Pedro, renunció al ordinal que legítimamente le correspondía? ¿Papa Francisco a secas, para solaz de montoneros y justicialismo peronista?; vaya y pase, incluido el Ratzinger claudicante y cobarde. Pero a lo que entonces no puede aspirarse es a la fidelidad de quienes se sienten católicos creyendo o no, lo segundo como muestra, y tome nota el actual vicario de Cristo, de generosidad unida en el fondo a una creencia sincera. Pues Dios, como sentenciara la santa por excelencia, cumbre de la teología y la catolicidad aun ninguneada por Francisco, se esconde danzarín también entre pucheros y cazuelas.

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