Eugenio de Ávila
Miércoles, 19 de Octubre de 2022
RES PÚBLICA

Regresa la España azañista de la política tabernaria, de codicia y botín

[Img #70955]Las gentes de las izquierdas -hay muchas, tantas como siete, en análisis de Gustavo Bueno- poseen querencia por la mitomanía. Se enamoraron de Marx, Lenin, Stalin, Largo Caballero. Santiago Carrillo, Che Guevara, Fidel Castro, Felipe González, Zapatero y ahora del guapo oficial, Sánchez, y, sin olvidarme, del torero político que se cortó la coleta, dejó el albero y cabalgó en las ondas radiofónicas, el tal Pablo Iglesias.

 

Y, además, loan sus gestas políticas, todas justificadas en el altar del bien supremo: golpes de Estado, fusilamientos, genocidios, hambrunas, dictaduras brutales y, además, perdonan corrupciones, como las del felipismo, que descompusieron el Estado, desde los GAL a Filesa, pasando por el BOE, Cruz Roja, Guardia Civil, para dejar una nación en bancarrota. Zapatero, ese ser inefable que entregó unas cuentas públicas y se gastó lo que no tenía en el Plan E, que aquí, en Zamora, nos dejó ese prodigio de 300 millones de pesetas construido en el complejo del Ruta de la Plata, donde se celebra la fiesta universitaria y poco más. Y ahora Pedro Sánchez, el prestidigitador de las mentiras.

 

La gente conservadora o de derechas, o centrista o cuentista española carece de ídolos. Faltaba a Fraga, se reía de Suárez, al que criticaba por haber sido falangista; a Aznar le sacaban cantares, no por su ejercicio político, sino por su bigote a lo Chaplin y su voz extraña; Rajoy fue motejado de vago, indolente, pasota, lector del Marca y otras lindezas más. Casado duró muy poco, pero gente dentro del PP, aquí mismo, en Zamora, nunca lo tomaron en consideración. Y ahora Feijóo, recién llegado, muy apreciado en Galicia, pero recibido en el resto de España como uno más en la historia del centro derecha español.

 

Los líderes del PP, además de recibir todo tipo de chanzas, mofas y escupitajos de socialistas y comunistas y racistas del extrarradio español, también, en voz baja, los suyos, la militancia y los que les votan, se los toman a chirigota. El votante de derechas no cree en la política, porque carece de ideología y teme a la marabunta roja. El votante del PP solo pide en negativo: un político que no gaste más de lo que tiene, que no despilfarre, que no lo devore a impuestos y que no se humille ante los separatistas catalanes y vascos. Y poco más.

 

Las gentes de las derechas españolas pasan de líderes carismáticos, juzgan, por la pinta, desde el primer día, a sus políticos. No se creen nada. Como el apóstol Tomás, quieren ver para creer.

 

Las que votan a las izquierdas lo hacen a la contra. Les vale cualquiera con tal que machaque a los que consideran burgueses, señoritos, conservadores, de derechas, porque carecen de derechos, como los españoles no republicanos de la España de 1931, clase justificadora del Régimen.  Disculpan, verbigracia, toda la corrupción del felipismo, por no remontarme en la historia a otros ídolos más crueles, y, por supuesto, el mayor caso de robo de dinero público de la democracia española, como los ERE de Andalucía. Y las trolas de Pedro Sánchez, aquello de no pactar con ETA ni con Pablo Iglesias, promesas incumplidas, dan igual. El caso es gobernar y mandar y ejecutar ingeniería social con los “gruesos batallones populares”.

 

¿Tendremos que resignarnos a que España caiga en una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”?  Esa fue la España de la II República dibujada con palabras por Azaña, su primer presidente de Gobierno y último presidente de la República. Me temo que la España de 2022 resulta aún más patética. Asco.

 

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