¡Cómo puede escribir de amor quien nunca lo ha sentido!

Un mal día, una buena amiga, me espetó: “¡Cómo puede escribir y hablar del amor una persona como tú que lo desconoce, que no sabe lo que es, que no lo ha sentido!”. Y se quedó tan satisfecha con el aserto erótico. Una vez que se marchó, torné mi mirada hacia mis adentros, eso que conocemos como alma, para saber si tenía razón.

Y encontré que llevar hasta el delirio, a una dama en el lecho, no es amor global; que el hedonismo sexual no es amor del todo, por completo, o es amor en parte; que amar es respetar la opinión de la persona amada; ceder y cambiar, sin perder tu personalidad; que amar a una mujer es escuchar, mimar, ir y venir, hablar y sentir; dar y recibir, incluso, mejor, dar sin nada a cambio.

Después de inspeccionar el estado de mi alma, admito que sí he sabido a amar, pero no a todas las mujeres que me acompañaron en un trayecto del camino. Si así hubiera sido, mi vida sería un juego de la oca erótico: de amor en amor, de verdad, y amo porque me toca.

He amado mucho, demasié, a mujeres, no más que los dedos de una mano. Tampoco se pueden tener más amigos que amores, porque no tendrías ninguno, pura hipocresía. Hay que conocer, en el sentido bíblico del verbo, amoríos, pero amar, hasta que te duela, como si cada beso fuera una obra de arte, y la cópula, esculpir el tiempo con la estatua del placer, a muy pocas mujeres, aquellas que se maquillaban con poesías sus bellos rostros de madonas renacentistas.

Eugenio-Jesús de Ávila