Domingo, 21 de Diciembre de 2025

Eugenio de Ávila
Viernes, 11 de Noviembre de 2022
NOCTURNOS

Epitafio erótico

 

Recuerdo la primera vez que la vi. Una mañana más. Camino a  ninguna parte. Ella, una joven mujer, a la que no supe calcular sus años, pero frisé su edad en torno a los treinta y tantos, menor que mis dos hijas, sonreía y hablaba a distancia con otro comerciante de la zona donde la joven poseía su estudio. La miré. Y me dije: ¡Qué mujer tan bonita, qué ojos, qué cuerpo tan lindo! Y, sin parar, seguí mi senda. Jamás imaginé tener un asunto erótico con una señorita en esa edad tan distante a  la mía. Desde hacía tiempo, me juré no intentar seducir a una mujer menor del medio siglo. Como si no existieran. Solo admirar sus bellezas. Jamás considerarlas potenciales parejas.

 

Pasado el tiempo, volví a verla. La recordaba. Una tarde, estaba sentada con una amiga mía, de su generación. Me saludó y me la presentó. Hablé cinco minutos con ambas y me marché con la música a otra parte.

 

Un buen día, sin buscar nada de particular, la entrevisté para mi periódico, porque su labor me parecía digna de ser conocida. Y mi mente mantuvo su calma erótica respecto a esa señorita. Después, solicité sus servicios y me hizo un excelente trabajo. Y tomé amistad. Y, poco a poco, nos fuimos viendo. Me presentó a su familia y me contó su vida, intensa y con cuitas acumuladas.

 

Tenía la costumbre de, cuando me encontraba, abrazarme. Me transmitía energía. Pero mis deseos sexuales hacia esa mujer se mantenían silentes. Nada. Era muy joven para un veterano seductor.

 

Un día, sin saber la razón, dentro de su espacio, me abrazó, como siempre. Nos rodeábamos durante más de un minuto. No nos decíamos nada. Solo sentía un placer intenso, tierno, cariñoso. Pero, en un instante, busqué sus labios y la besé. Y me besó. Nos besamos una y otra vez. Besos dulcísimos, como si nos hubiéramos besado en otra vida.  Y no tardamos mucho en fundirnos en un solo cuerpo y alma. Viajábamos. Nos amábamos desde la madrugada al alba. Me rejuveneció. Me olvidé de mi edad. Pasión intensa. Placer divino.

 

Nos amábamos tanto como creábamos borrascas de broncas, tempestades de discusiones, huracanes de pendencias. Rompíamos. Cada cual a su lar. Nunca más volveríamos a vernos.

 

Una vez al mes, disputas de grueso calibre. El resto, amor en sobredosis. Y así se fue consumiendo aquel tiempo de pasión y muerte. Y llegó un día en que nos fuimos. Ella hacia el norte y yo hacia el sur. Así nunca más nos encontraríamos. Año y medio de amor, lujuria, hedonismo y grescas. Inolvidables. Amé, con locura, a una dama mucho más joven que yo. La enamoré. Me enamoró. Desde entonces sé que la diferencia de edad, si los dos miembros de esa pareja son sensibles e inteligentes, no cuenta cuando los funde el amor en el crisol del placer. Solo sé que me siento mucho más joven. Aquella mujer me robó años a la vejez. Este es mi epitafio erótico. Nunca más. Muerto y enterrado.

Eugenio-Jesús de Ávila

 

Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122

Todavía no hay comentarios

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.