NOCTURNOS
Más allá de la pasión
Ahora, cuando uno va entrando en esa edad de las verdades, porque no hay razón para mentir, confieso que me he sentido muy querido por las mujeres y muy odiado por los hombres. No sé por qué. De jovencito, con 18 años, amigos de mis amigas me definían como mariquita –entonces no existía el eufemismo gay-, me despreciaban e intentaban que las señoritas me dejaran de prestar atención.
Sé de una mujer que me ama, de verdad; que me lo ha demostrado. Y yo la adoro. Pero se trata de un amor que ella quiere esconder y yo iluminarlo. Se trata de un amor que, cuando empezó, no podía ser; pero que ha sido y es. Los dos amantes se adoran. Temen romper ese vínculo de pasión.
Amores duros, intensos, de carne y hueso, de alma y esencia; de los que se llevan dentro y, cual volcán estromboliano, erupcionan, queman, arrasan. Pero el tiempo vuelve a sembrar e inyectar vida a lo que había muerto. Amores que nunca iban a empezar y luego nunca terminan. Ni la muerte les pone fin. No puede ser. Pero es y será.
Quizá a mi edad se quiere de una forma más intensa, profunda y lírica; pero menos cursi. El amor joven es sensiblero y sexual, hedonista y simple. Ella dice que no sé amar. Y yo respondo que todavía ni entiende a Schopenhauer ni nunca se sintió amada por un hombre que viene de más allá de la pasión.
Eugenio-Jesús de Ávila
Ahora, cuando uno va entrando en esa edad de las verdades, porque no hay razón para mentir, confieso que me he sentido muy querido por las mujeres y muy odiado por los hombres. No sé por qué. De jovencito, con 18 años, amigos de mis amigas me definían como mariquita –entonces no existía el eufemismo gay-, me despreciaban e intentaban que las señoritas me dejaran de prestar atención.
Sé de una mujer que me ama, de verdad; que me lo ha demostrado. Y yo la adoro. Pero se trata de un amor que ella quiere esconder y yo iluminarlo. Se trata de un amor que, cuando empezó, no podía ser; pero que ha sido y es. Los dos amantes se adoran. Temen romper ese vínculo de pasión.
Amores duros, intensos, de carne y hueso, de alma y esencia; de los que se llevan dentro y, cual volcán estromboliano, erupcionan, queman, arrasan. Pero el tiempo vuelve a sembrar e inyectar vida a lo que había muerto. Amores que nunca iban a empezar y luego nunca terminan. Ni la muerte les pone fin. No puede ser. Pero es y será.
Quizá a mi edad se quiere de una forma más intensa, profunda y lírica; pero menos cursi. El amor joven es sensiblero y sexual, hedonista y simple. Ella dice que no sé amar. Y yo respondo que todavía ni entiende a Schopenhauer ni nunca se sintió amada por un hombre que viene de más allá de la pasión.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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