ZAMORANA
La Constitución, el Código Penal... ¿Papel mojado?
Se interpreta la Carta Magna a voluntad, esa que fundaron un puñado de hombres de diferentes ideologías con afán conciliador para que el vandalismo no asaltara la democracia que gestaron, pero como está hecha por hombres, no es perfecta en su totalidad; siempre puede haber una fina línea que separe la verdad de la mentira, una interpretación que dé lugar a diferentes acepciones, una línea roja para unos que no es tal para otros, y es entonces cuando la elocuencia y el léxico se tornan amigos fiables para transformar lo negro en gris, y diluir el gris hasta convertirlo en blanco; todo es posible en esta política banal que nos desgobierna y que ha tomado la justicia por su mano sin escuchar otra opinión y creyéndose en posesión de la verdad.
Hay que respetar símbolos, banderas, hay que respetar cada artículo de la Constitución y, si se han quedado obsoletos con los tiempos que vivimos, o en comparación con el resto de países europeos, entonces habrá que reescribirlos, pero siempre en el lugar destinado a tan grave ejercicio, que no es otro que el Parlamento, y concitando la ayuda y parecer de todas las fuerzas políticas, nunca con engreimiento, nunca como moneda de cambio, nunca para satisfacer los propios intereses.
Sin embargo, asistimos al penoso espectáculo de una prepotencia que no conoce límites, de una arrogancia que es el centro del universo, que no encuentra digno combatiente porque no lo considera necesario, porque arrastra su furia desmedida y consigue los fines que persigue sin importar valores como la moral, la ética, o la decencia, sin contar con nadie, creyéndose el ombligo del mundo.
Este país ha estado siempre dividido, y sea por colores: rojos y azules, por ideologías: derechas e izquierdas, o por facciones. No hemos apelado casi nunca a la unidad porque cada vez que alguien lo hacía, inmediatamente salía una brecha por la que escapaba tanta agua que hacía zozobrar al conjunto nacional. De las diecisiete autonomías que componen España, dos han sido las favoritas desde siempre y las que han tenido la llave de los sucesivos gobiernos, fueran de la ideología que fueran: País Vasco y Cataluña han conseguido todo aquello que se propusieron a cambio de vender sus votos; pretendían y pretenden una separación del resto de la nación y acabarán consiguiéndolo si alguien no pone coto a estos desmanes peligrosos.
Decía Nietzsche: “Demasiado tiempo me debatí en la añoranza, con la mirada clavada en la lejanía, demasiado tiempo permanecí en la soledad, así que ya no sé callar”. Considero muy necesario hablar, no seguir callados, aguantando con estoicidad hechos flagrantes. Vivimos en una sociedad que ha conseguido algo tan importante como la libertad de expresión; no comulgo con la injuria, ni con palabras gruesas para expresar hechos graves; gusto más de la moderación sin aspavientos, de la crítica sin ultraje, y huyo del agravio facilón, ese que nos presentan los líderes políticos cada día sin sonrojarse.
Hoy los españoles hemos de asumir otra situación inaceptable, como es la supresión, derogación o reforma (úsese la acepción que más convenga) del delito de sedición, contemplado en el artículo 544 del Código Penal. Se ha hecho sin diálogo con otras formaciones políticas, unilateralmente, como se hace la política en los últimos tiempos.
Cuando hechos de este calibre sonrojan tan solo a unos cuantos, cuando el pataleo dura unos días y se pasa a otra cuestión, cuando seguimos asistiendo a situaciones graves que afectan a la sociedad y al futuro de la gente… me pregunto si las bases donde reposan los mandamientos, las leyes y los reglamentos que sustentan a un país como el nuestro, pueden ser tan solo papel mojado.
Mª Soledad Martín Turiño
Se interpreta la Carta Magna a voluntad, esa que fundaron un puñado de hombres de diferentes ideologías con afán conciliador para que el vandalismo no asaltara la democracia que gestaron, pero como está hecha por hombres, no es perfecta en su totalidad; siempre puede haber una fina línea que separe la verdad de la mentira, una interpretación que dé lugar a diferentes acepciones, una línea roja para unos que no es tal para otros, y es entonces cuando la elocuencia y el léxico se tornan amigos fiables para transformar lo negro en gris, y diluir el gris hasta convertirlo en blanco; todo es posible en esta política banal que nos desgobierna y que ha tomado la justicia por su mano sin escuchar otra opinión y creyéndose en posesión de la verdad.
Hay que respetar símbolos, banderas, hay que respetar cada artículo de la Constitución y, si se han quedado obsoletos con los tiempos que vivimos, o en comparación con el resto de países europeos, entonces habrá que reescribirlos, pero siempre en el lugar destinado a tan grave ejercicio, que no es otro que el Parlamento, y concitando la ayuda y parecer de todas las fuerzas políticas, nunca con engreimiento, nunca como moneda de cambio, nunca para satisfacer los propios intereses.
Sin embargo, asistimos al penoso espectáculo de una prepotencia que no conoce límites, de una arrogancia que es el centro del universo, que no encuentra digno combatiente porque no lo considera necesario, porque arrastra su furia desmedida y consigue los fines que persigue sin importar valores como la moral, la ética, o la decencia, sin contar con nadie, creyéndose el ombligo del mundo.
Este país ha estado siempre dividido, y sea por colores: rojos y azules, por ideologías: derechas e izquierdas, o por facciones. No hemos apelado casi nunca a la unidad porque cada vez que alguien lo hacía, inmediatamente salía una brecha por la que escapaba tanta agua que hacía zozobrar al conjunto nacional. De las diecisiete autonomías que componen España, dos han sido las favoritas desde siempre y las que han tenido la llave de los sucesivos gobiernos, fueran de la ideología que fueran: País Vasco y Cataluña han conseguido todo aquello que se propusieron a cambio de vender sus votos; pretendían y pretenden una separación del resto de la nación y acabarán consiguiéndolo si alguien no pone coto a estos desmanes peligrosos.
Decía Nietzsche: “Demasiado tiempo me debatí en la añoranza, con la mirada clavada en la lejanía, demasiado tiempo permanecí en la soledad, así que ya no sé callar”. Considero muy necesario hablar, no seguir callados, aguantando con estoicidad hechos flagrantes. Vivimos en una sociedad que ha conseguido algo tan importante como la libertad de expresión; no comulgo con la injuria, ni con palabras gruesas para expresar hechos graves; gusto más de la moderación sin aspavientos, de la crítica sin ultraje, y huyo del agravio facilón, ese que nos presentan los líderes políticos cada día sin sonrojarse.
Hoy los españoles hemos de asumir otra situación inaceptable, como es la supresión, derogación o reforma (úsese la acepción que más convenga) del delito de sedición, contemplado en el artículo 544 del Código Penal. Se ha hecho sin diálogo con otras formaciones políticas, unilateralmente, como se hace la política en los últimos tiempos.
Cuando hechos de este calibre sonrojan tan solo a unos cuantos, cuando el pataleo dura unos días y se pasa a otra cuestión, cuando seguimos asistiendo a situaciones graves que afectan a la sociedad y al futuro de la gente… me pregunto si las bases donde reposan los mandamientos, las leyes y los reglamentos que sustentan a un país como el nuestro, pueden ser tan solo papel mojado.
Mª Soledad Martín Turiño



















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