Zamora no quiere ser un árbol económico seco

Hay quien dice que el otoño es gris y que el medioevo fue una época de ignorancia supina. Pero el otoño es color y en el Modo de Producción Medieval, como se expresaría un marxiano, dio al arte y a la arquitectura el Románico, el Gótico, el Renacimiento.

El otoño viste a Valorio como Armani a los dandis, lo convierte en un bosque de alta costura cromática. Si tienes el alma formada por cuerdas de guitarra y teclado de piano, esos árboles te tocarán sinfonías en tu esencia. Si la poesía te aburre, si la filosofía te parece propio de cretinos enloquecidos, si el arte lo contemplas como una manifestación de tíos raros, vivir lo considerarás puro tedio.

Zamora, la ciudad pretérita, una ancianita, se pone bonita en otoño. Le encanta ponerse un tul de niebla que cubre su faz y desdibuje los surcos de su epidermis. Zamora nunca es fea, ni fue pobre. A esta ciudad la empobrecieron políticos de aquí al servicio de los de allí, que quisieron que Zamora fuese un chopo desnudo y un fresno seco.

Valorio nos habla con sus árboles, ahora embellecidos. Pronto, cuando el frío hiele sus hojas, cubrirán la tierra de almas de clorofila, que, al pisarlas, nos contarán su vida, sus cotilleos con Eolo y sus amores con los ruiseñores. Zamora nos pide a los zamoranos que no permitamos que nos sequen nuestros árboles económicos, que arranquen las raíces de nuestra sociedad y que nos rebelemos contra la procesionaria de la política.

Zamora es un árbol en otoño, dibujado con una paleta de pintor impresionista y puntillista, que no se resigna a quedarse sin fotosíntesis, a que le arrancan sus raíces, sus tradiciones, sus colores.

Eugenio-Jesús de Ávila