NOCTURNOS
La mujer que nunca pronunció un te amo
Durante más de año y medio, mantuve una intensa relación con una mujer, y disfruté a su lado, piel a piel, carne con carne, de momentos mágicos, maravillosos, singulares e inolvidables. Pero también me provocó fuertes discusiones que solían acabar en broncas, de esas que, en términos vulgares, te sacan de quicio. Poco a poco, nos distanciamos, porque solo nos entendíamos entre las sábanas desde la madrugada al alba o a cualquier hora del día si era menester o había necesidad. Además sufría de lo que he definido como celos anacrónicos. Traduzco: cualquier mujer de la que le hablaba, creía que había sido mi amante y que aun manteníamos relaciones.
Confieso que nunca jamás me susurró al oído un “te amo”, ni tan si quiera en pleno éxtasis carnal. Nunca ponderó ni una sola de mis cualidades, ni físicas, si me quedan; ni intelectuales, si todavía las poseo. En mi larga vida, recibí piropos de las mujeres que me acompañaron durante un trayecto de este camino hacia la nada. Me gustaba. No miento. Tampoco se trataba de que me cubrieran de lisonjas. Pero gusta que te ponderen. Como admitió cierto político: "Si hasta Dios, Eugenio, le gusta el incienso”. Pues yo que soy un mortal, ya con poco tiempo para amar, me agrada que una dama me saque de la melancolía, me salve de la nostalgia, con palabras bonitas sobre mi persona. Aquella mujer se fue, o me fui yo, sin pronunciar una sola palabra de amor.
La próxima vez que me enamore, le daré un par de semanas, sin advertencias, a la chica que me robe el alma para que vocalice, con énfasis, que me ama. No estoy preparado para gozar con una mujer que guarde sentimientos, esconda sensaciones o permanezca a mi lado sin amarme.
Eugenio-Jesús de Ávila
Durante más de año y medio, mantuve una intensa relación con una mujer, y disfruté a su lado, piel a piel, carne con carne, de momentos mágicos, maravillosos, singulares e inolvidables. Pero también me provocó fuertes discusiones que solían acabar en broncas, de esas que, en términos vulgares, te sacan de quicio. Poco a poco, nos distanciamos, porque solo nos entendíamos entre las sábanas desde la madrugada al alba o a cualquier hora del día si era menester o había necesidad. Además sufría de lo que he definido como celos anacrónicos. Traduzco: cualquier mujer de la que le hablaba, creía que había sido mi amante y que aun manteníamos relaciones.
Confieso que nunca jamás me susurró al oído un “te amo”, ni tan si quiera en pleno éxtasis carnal. Nunca ponderó ni una sola de mis cualidades, ni físicas, si me quedan; ni intelectuales, si todavía las poseo. En mi larga vida, recibí piropos de las mujeres que me acompañaron durante un trayecto de este camino hacia la nada. Me gustaba. No miento. Tampoco se trataba de que me cubrieran de lisonjas. Pero gusta que te ponderen. Como admitió cierto político: "Si hasta Dios, Eugenio, le gusta el incienso”. Pues yo que soy un mortal, ya con poco tiempo para amar, me agrada que una dama me saque de la melancolía, me salve de la nostalgia, con palabras bonitas sobre mi persona. Aquella mujer se fue, o me fui yo, sin pronunciar una sola palabra de amor.
La próxima vez que me enamore, le daré un par de semanas, sin advertencias, a la chica que me robe el alma para que vocalice, con énfasis, que me ama. No estoy preparado para gozar con una mujer que guarde sentimientos, esconda sensaciones o permanezca a mi lado sin amarme.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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