La vida es una ucronía

A medida que atravieso el extraño camino de la vida, del que ignoro dónde me llevará, percibo que los años se hacen mucho más cortos. Recuerdo que en la crisis de las 40 me alboroté todo, porque pensé que me esperaba la vejez a la vuelta de la esquina. No fue así. Década prodigiosa. Los años todavía no pesaban y se disfrutaban a tope. Con esa  edad te juegas la vida como dos chavales de 20.

La década de los 50, si tuviera que calificarla, diría que fue apasionante. Me hice empresario y conocí a un par de damas inolvidables. Perfecto. Pero los negocios y los amores casi siempre provocan amargura y melancolía. Y los años todavía no aceleraban para escaparse de mí.

El viernes último, 2 de diciembre, este barquito de papel atrracó en su puerto 408. Último mes del año 2022. Cronos ha convertido los minutos en 40 segundos y los días en meses. Me he asomado al balcón con la intención de detener el tiempo. Y no hubo manera. Me sacudió unas cuantas canas y un par de surcos en la piel. Y se fue deprisa, porque le aguardaba el próximo año, todavía un nonato, que nos traerá dos elecciones: municipales y legislativas. Zamora y España, en quiebra política, ética y económica.

Después de pensar, verbo que conjugo dos o tres veces al año, he llegado a la conclusión de que la vida no es otra cosa que una sucesión de ucronías; eróticas, laborales y profesionales. En 2023 me jubilaré del amor y del periodismo. Me dedicaré a traducir el trino de los gorriones. Si Mao fuese español y viviera, quizá mandaría exterminar a tan laboriosas avecillas.

Eugenio-Jesús de Ávila