COSAS MÍAS
El político, antítesis de la belleza
El sol andaba, desde el alba, con muchas ganas de mirarse en el espejo del Duero, aburrido, despeinado, arrugado, tras tantos días de lluvia. Pero las nubes, hijas de las borrascas, no se lo permitían. Ahora bien, aprovechó, en las horas de la sobremesa, un descuido de los nimbostratos que se habían ido a dormir la siesta, para asomar su rostro y peinarse en las aguas del río.
Todo esto sucede en nuestra ciudad y sus parajes, mientras nosotros hablamos del Gobierno, de que apenas se registra actividad económica, de la selección española, de aquel marido que se la juega a su esposa con una mujer menos hermosa, o de la fémina que burla a su compañero con un intelectual. Pero hay zamoranos que pasean, que le toman el pulso a Valorio, al Duero, al casco viejo, a templos y murallas, que miran al cielo y se fijan en las nubes y encuentran caras de familiares y amigos fallecidos. Son caminantes poetas. No escriben versos con palabras, pero están dónde la naturaleza encuentra sus rimas para componer estrofas de sonetos barrocos. Y captan con sus cámaras instantes, apenas segundos, de sublime belleza, reflejos de los rayos del sol sobre la epidermis del río, como si tiñeran los canosos cabellos del Duero. La belleza, para cualquier ser sensible, está por doquier. Arriba, casi en el éter; abajo, donde las hormigas duermen ahora y las setas asoman sus sombreros, adecuados para enlaces aristocráticos.
Donde nunca un hombre lírico halla poesía, ni interés, es en la política, negocio al que se llega cuando se ha vendido el alma, la fidelidad y la amistad. El político no ve, porque solo se mira a sí mismo, a su peculio particular y a su futuro, que desea eterno, en la res pública. El político no oye, ni tampoco escucha. Se oye a sí mismo y goza con el tono de su voz. El pueblo habla, pero sus palabras las rechazan los tímpanos del legislador. Quizá habrá poetas que quieran debatir con el gobernante. Nunca les atenderá. El lírico es a la belleza como el político a la fealdad. Aquel presenta un alma hermosa y este se quedó sin alma para mandar.
La fotografía que ilustra este artículo, ese momento único de la naturaleza, nos muestra a Duero, sol y nubes, jugando después de almorzar vapor de agua, luz y vegetación, jamás la disfrutará un mandatario, gente que vive sin darse cuenta, sin hallar la esencia de la vida, antítesis de la belleza.
Eugenio-Jesús de Ávila
El sol andaba, desde el alba, con muchas ganas de mirarse en el espejo del Duero, aburrido, despeinado, arrugado, tras tantos días de lluvia. Pero las nubes, hijas de las borrascas, no se lo permitían. Ahora bien, aprovechó, en las horas de la sobremesa, un descuido de los nimbostratos que se habían ido a dormir la siesta, para asomar su rostro y peinarse en las aguas del río.
Todo esto sucede en nuestra ciudad y sus parajes, mientras nosotros hablamos del Gobierno, de que apenas se registra actividad económica, de la selección española, de aquel marido que se la juega a su esposa con una mujer menos hermosa, o de la fémina que burla a su compañero con un intelectual. Pero hay zamoranos que pasean, que le toman el pulso a Valorio, al Duero, al casco viejo, a templos y murallas, que miran al cielo y se fijan en las nubes y encuentran caras de familiares y amigos fallecidos. Son caminantes poetas. No escriben versos con palabras, pero están dónde la naturaleza encuentra sus rimas para componer estrofas de sonetos barrocos. Y captan con sus cámaras instantes, apenas segundos, de sublime belleza, reflejos de los rayos del sol sobre la epidermis del río, como si tiñeran los canosos cabellos del Duero. La belleza, para cualquier ser sensible, está por doquier. Arriba, casi en el éter; abajo, donde las hormigas duermen ahora y las setas asoman sus sombreros, adecuados para enlaces aristocráticos.
Donde nunca un hombre lírico halla poesía, ni interés, es en la política, negocio al que se llega cuando se ha vendido el alma, la fidelidad y la amistad. El político no ve, porque solo se mira a sí mismo, a su peculio particular y a su futuro, que desea eterno, en la res pública. El político no oye, ni tampoco escucha. Se oye a sí mismo y goza con el tono de su voz. El pueblo habla, pero sus palabras las rechazan los tímpanos del legislador. Quizá habrá poetas que quieran debatir con el gobernante. Nunca les atenderá. El lírico es a la belleza como el político a la fealdad. Aquel presenta un alma hermosa y este se quedó sin alma para mandar.
La fotografía que ilustra este artículo, ese momento único de la naturaleza, nos muestra a Duero, sol y nubes, jugando después de almorzar vapor de agua, luz y vegetación, jamás la disfrutará un mandatario, gente que vive sin darse cuenta, sin hallar la esencia de la vida, antítesis de la belleza.
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