NOCTURNOS
Retrato de una obra de arte hecha mujer
Procuras en mis adentros un impacto estético que me conmueve. Te contemplo, mujer, como a una obra de arte celebrada por la divinidad en un cuerpo mortal. Siento miedo si te acaricio porque podría herir tanta belleza. Te miro, te escucho, te hablo, mientras recorro cada uno de los poros que muestras de tu piel y cuento tus pestañas, las mismas que defienden tus lindos ojos de cualquier malandrín de la naturaleza.
No hueles a nada. Ni bien ni mal. Cuando un cuerpo tan hermoso contiene un alma tan femenina, no desprende aroma, perfume, fragancia. Porque una diosa no suda, no transpira, no exhala, no segrega. Una fémina divina solo expande poesía. Y las estrofas de sus sonetos riman con el néctar de tiempo.
A tu lado, cuando ocupas un espacio frente a mí, a mi vera, a mi alrededor, me olvido de lo que soy, de dónde estoy, en que consiste mi vida, por qué se me permitió llegar hasta aquí, por qué conocer tanta belleza nutriendo un cuerpo, alimentando un alma femenina. Sí, no tendría sentido vivir tanto si no fuese para amarte. Y si a mi tacto le prohibiste acariciar tu epidermis, a mis labios humedecer tu boca, a mis brazos apretarte contra mi pecho, carecería de sentido existir para tan solo verte, admirarte, disfrutarte…morirme
Y anhelo entregarme a las parcas enamorado de tu vientre, de tus ponderados senos, de la simetría de tu rostro perfecto, cara diseñada sin jerarquías, donde los ojos no disputan a los labios la supremacía de la atracción; del portento arquitectónico de tus piernas, dos columnas del Partenón; de los músculos que conforman tus glúteos, de la suavidad de tu pubis, tobogán que conduce al valle del hedonismo, a la cuna del placer, al gineceo que te transporta al nirvana.
Te amo sin exigencias. Te amo como se ama a un ser superior, con humildad, con sencillez, con verdad. Te deseo, resignado, transformado en agua que piensa, que llora, que ama, que sonríe cuando una nube de Dios llueve sobre mi hombría. No quiero ser más yo. Solo intento ser más tú, menos Eugenio-Jesús de Ávila, para que me beba la diosa que me enamoró hasta a última célula de mi entregado organismo.
Sé que mis átomos vibran cuando te hallan, cuando me llamas, cuando te veo, cuando disfrutas de las viandas y los buenos vinos te empapan tu esencia. ¡Cómeme a mí también! He de ser alimento de tu belleza. Tú supusiste el fin de mi ego y el génesis de una pasión mortal: Amar a quién nunca te amará.
Eugenio-Jesús de Ávila
Procuras en mis adentros un impacto estético que me conmueve. Te contemplo, mujer, como a una obra de arte celebrada por la divinidad en un cuerpo mortal. Siento miedo si te acaricio porque podría herir tanta belleza. Te miro, te escucho, te hablo, mientras recorro cada uno de los poros que muestras de tu piel y cuento tus pestañas, las mismas que defienden tus lindos ojos de cualquier malandrín de la naturaleza.
No hueles a nada. Ni bien ni mal. Cuando un cuerpo tan hermoso contiene un alma tan femenina, no desprende aroma, perfume, fragancia. Porque una diosa no suda, no transpira, no exhala, no segrega. Una fémina divina solo expande poesía. Y las estrofas de sus sonetos riman con el néctar de tiempo.
A tu lado, cuando ocupas un espacio frente a mí, a mi vera, a mi alrededor, me olvido de lo que soy, de dónde estoy, en que consiste mi vida, por qué se me permitió llegar hasta aquí, por qué conocer tanta belleza nutriendo un cuerpo, alimentando un alma femenina. Sí, no tendría sentido vivir tanto si no fuese para amarte. Y si a mi tacto le prohibiste acariciar tu epidermis, a mis labios humedecer tu boca, a mis brazos apretarte contra mi pecho, carecería de sentido existir para tan solo verte, admirarte, disfrutarte…morirme
Y anhelo entregarme a las parcas enamorado de tu vientre, de tus ponderados senos, de la simetría de tu rostro perfecto, cara diseñada sin jerarquías, donde los ojos no disputan a los labios la supremacía de la atracción; del portento arquitectónico de tus piernas, dos columnas del Partenón; de los músculos que conforman tus glúteos, de la suavidad de tu pubis, tobogán que conduce al valle del hedonismo, a la cuna del placer, al gineceo que te transporta al nirvana.
Te amo sin exigencias. Te amo como se ama a un ser superior, con humildad, con sencillez, con verdad. Te deseo, resignado, transformado en agua que piensa, que llora, que ama, que sonríe cuando una nube de Dios llueve sobre mi hombría. No quiero ser más yo. Solo intento ser más tú, menos Eugenio-Jesús de Ávila, para que me beba la diosa que me enamoró hasta a última célula de mi entregado organismo.
Sé que mis átomos vibran cuando te hallan, cuando me llamas, cuando te veo, cuando disfrutas de las viandas y los buenos vinos te empapan tu esencia. ¡Cómeme a mí también! He de ser alimento de tu belleza. Tú supusiste el fin de mi ego y el génesis de una pasión mortal: Amar a quién nunca te amará.
Eugenio-Jesús de Ávila





















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