NOCTURNOS
Doctorarse en erotismo
Confieso que a la persona que más quiero se llama como yo: Eugenio-Jesús de Ávila. Durante mucho tiempo, no me quería. Con los años, fui apreciándome hasta que llegué a admirarme. Pero, cuando más pasé de mí, paradoja erótica, fue en un profundo estado de enamoramiento. Cada vez que amo a una mujer, me dejo de querer, porque destino toda mi pasión hacía el alma que me recoge, recibe, alienta, abriga. El amor no es otra cosa que olvidarte de ti para acordarte de otra persona, por lo que a mí respecta, una mujer.
No siempre mi vida fue una seducción continua, desenfrenada, interminable. Pero hubo épocas en las que me desconocía: dejé de ser la persona más importante en mi vida. Apenas pensaba en mí. Antes de que las pestañas dejaran de besarse, al alba, pensaba en ella, y, en la alcoba, a oscuras, ya de madrugada, me iba de juerga con Morfeo recordando su bello rostro, al que había besado esa noche a la luz de la luna en la calle del Troncoso.
Ahora estoy enamorado, pero ella lo ignora. Me quiero una miaja todavía, aunque mi deseo por amarla retuerce mi cerebro. Si alguna noche nos vemos, intentaré besarla. Y si me abofetea, regresaré a la cordura. Pero si responde a mi calentura erótica, dejaré de quererme otra temporada. Son las cosas del amor cuando uno se va doctorando en erotismo.
Eugenio-Jesús de Ávila
Confieso que a la persona que más quiero se llama como yo: Eugenio-Jesús de Ávila. Durante mucho tiempo, no me quería. Con los años, fui apreciándome hasta que llegué a admirarme. Pero, cuando más pasé de mí, paradoja erótica, fue en un profundo estado de enamoramiento. Cada vez que amo a una mujer, me dejo de querer, porque destino toda mi pasión hacía el alma que me recoge, recibe, alienta, abriga. El amor no es otra cosa que olvidarte de ti para acordarte de otra persona, por lo que a mí respecta, una mujer.
No siempre mi vida fue una seducción continua, desenfrenada, interminable. Pero hubo épocas en las que me desconocía: dejé de ser la persona más importante en mi vida. Apenas pensaba en mí. Antes de que las pestañas dejaran de besarse, al alba, pensaba en ella, y, en la alcoba, a oscuras, ya de madrugada, me iba de juerga con Morfeo recordando su bello rostro, al que había besado esa noche a la luz de la luna en la calle del Troncoso.
Ahora estoy enamorado, pero ella lo ignora. Me quiero una miaja todavía, aunque mi deseo por amarla retuerce mi cerebro. Si alguna noche nos vemos, intentaré besarla. Y si me abofetea, regresaré a la cordura. Pero si responde a mi calentura erótica, dejaré de quererme otra temporada. Son las cosas del amor cuando uno se va doctorando en erotismo.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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