Mª Soledad Martín Turiño
Domingo, 18 de Diciembre de 2022
ZAMORANA

Un paseo por el pueblo

[Img #73044]Es un pueblo pequeño que sufre el zarpazo de la despoblación como muchos de la provincia de Zamora, una vieja villa que antaño tuvo una actividad agrícola y ganadera y ahora no importa a nadie; un pueblo que albergó escuelas, farmacia, médico, tiendas, panadería… y ahora se ha quedado bajo mínimos; un pueblo que estaba lleno de habitantes y ahora apenas se ve un alma por las calles, no hay niños que alegren con sus risas, ni siquiera perros que troten sin amo, ¡hasta ellos han desaparecido!

 

Él era un fiel amante de este lugar, al que regresaba cuando podía, que eran muchas veces, ya que ahora estaba jubilado y además tenía vivienda allí. Muchas veces nadie se enteraba de su presencia, porque se encerraba en casa o salía a caminar por el campo, para respirar aquel viento frio a pleno pulmón; se calzaba las botas altas y se alejaba del pueblo atravesando las tierras, hundiendo los pies en aquella blandura, ya fuera barro o hierba. Sabía gozar de la caminata, observaba el cielo, el pueblo que iba quedando atrás, el labrantío en sus múltiples facetas: si estaba en barbecho, sembrado, naciente… ese era su cosmos y allí se sentía el más feliz de los hombres.

 

Era una tarde oscura, fría y amenazaba tormenta, pero se abrigó embozándose en un grueso gabán, y decidió ir a ver a su hermana que vivía allí para llevarle unos décimos de lotería que había traído de la capital. Permaneció en su casa un rato hasta que se despidió para regresar a la suya; dudaba entre dos caminos: o adentrarse por el pueblo, o caminar calzada abajo hasta la plaza; escogió lo primero consciente de que ambas posibilidades no le posibilitarían compañía alguna, ya que el pueblo estaba desierto y apenas pasaban coches por la carretera. A medida que se adentraba entre las casas, las veía cerradas a cal y canto; muchas de ellas con las persianas bajadas para protegerse del frío, otras atrancadas porque ya nadie moraba allí, y en otros casos se apreciaban viejos solares como resquicios de lo que había sido un hogar. No dejaba de ser lastimoso ver tanto vacío en el pueblo y, aunque ya estaba acostumbrado, siempre le producía una punzada de dolor.

 

Llegó hasta un cruce de calles donde se abría otra alternativa: rodear la iglesia –que sería el camino más corto para llegar a casa-, o seguir derecho. Eligió, de nuevo, la primera opción, aunque le desagradaba pasar por detrás de la iglesia que antaño albergó un cementerio y en su mente rondaban historias de apariciones, susurros y lamentos que había escuchado desde que iba a la escuela; pero si algo había sido el motor de su vida eran los retos: ser el mejor en los estudios, tener una profesión y trabajar sin descanso hasta llevar la vida regalada que llevaba ahora y tantos esfuerzos le había costado.

 

Bordeó el viejo cementerio, que ya solo era una zona pavimentada sin utilidad, y permaneció allí un momento, detenido entre la villa y la iglesia, como retándose a sí mismo para evitar un sentimiento irracional de turbación que superó en cuanto se dio cuenta de que no pasaba nada. Siguió su camino y llegó a casa justo en el momento en que comenzaba una lluvia pertinaz con amenaza de tormenta.

 

Estaba cansado porque la caminata había sido larga, así que se deshizo de la ropa de abrigo y se sentó junto a la chimenea para ver crepitar el fuego: era otro espectáculo que le fascinaba y podía estar observándolo durante horas sin aburrirse; cada llamarada era diferente, el modo en que se iban consumiendo los troncos de madera dispuestos en triangulo, las partículas que escapaban del fuego… todo era mágico. Acercó sus manos para calentarse y luego colocó la vieja trébede para asar unas castañas que formarían parte de su cena.

 

Allí se sentía feliz recreando los pequeños placeres de los que no había podido disfrutar cuando la vida era una vorágine de acontecimientos; había que sobrevivir en un mundo competitivo y hacerse un nombre en su profesión a costa de mucho esfuerzo; por eso transcurrieron demasiados años antes de que pensara siquiera en la posibilidad de regresar a aquel pueblo que adoraba y al que se sentía vinculado por una cadena de recuerdos y vida que ya formaba parte de su carácter; por eso en cada visita gozaba de los mejores momentos: sencillos paseos, lecturas al abrigo de la lumbre y, de vez en cuando, una charla agradable en el café con algún paisano con quien intercambiar unas palabras.

 

Ahora escuchaba las gotas de lluvia que golpeaban furiosamente los cristales y así, al abrigo del fuego y el rumor del aguacero, con la felicidad impresa en su rostro, se quedó plácidamente dormido.

Mª Soledad Martín Turiño

Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122

Todavía no hay comentarios

El Día de Zamora

Ir al contenido
Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.