NOCTURNOS
Matar al amor
Hay días en que no amo. Me recibe el lecho de madrugada, le doy un par de besos a la almohada, como si fueran los labios de esa mujer; las sábanas acarician mi cuerpo desnudo, y me duermo enamorado. Y, al alba, cuando la luz entra a través de mi balcón y escucho trinos de avecillas, me siento un ser libérrimo: ¡no amo a nadie! Esa dama, a la que dediqué mi último pensamiento antes de entregarme a Morfeo, ya no existe, no la deseo, no la quiero.
Amar, como he escrito con reiteración, es un verbo que, si lo sabes conjugar, te transporta al olvido de que eres un ser efímero, finito, polvo en el tiempo. Hay gente que no ha amado nunca y ha sido feliz. Hay personas que amaron mucho, demasiado, casi hasta perder la vida, y fueron desgraciadas.
El amor duele mucho, porque su génesis y su finiquito suelen no corresponderse. Uno se enamora de una mujer, como podría ser mi caso, cuando ella todavía me contempla como a un amigo más. Y otro sigue amando a una dama, cuando ella decidió vaciar su alma de tus recuerdos, lavar su memoria de tu nombre y efectuar una catarsis en cada una de sus células hasta llegar a la conclusión de que no exististe en su vida.
El amor juega con el tiempo. No existe coherencia de sentimientos. Desprecia la puntualidad. Llega cuando no lo esperas, incluso cuando te has ido. Y si lo buscas, nunca lo encuentras. Y lo hallas cuando te habías perdido.
Esta noche decidí asesinar el amor. Lo extraje de su escondite entre las aurículas de mi corazón y el pericardio para arrojarlo a la zahúrda de los sentimientos. ¡Quiero ser feliz antes de convertirme en nada!
Eugenio-Jesús de Ávila
Hay días en que no amo. Me recibe el lecho de madrugada, le doy un par de besos a la almohada, como si fueran los labios de esa mujer; las sábanas acarician mi cuerpo desnudo, y me duermo enamorado. Y, al alba, cuando la luz entra a través de mi balcón y escucho trinos de avecillas, me siento un ser libérrimo: ¡no amo a nadie! Esa dama, a la que dediqué mi último pensamiento antes de entregarme a Morfeo, ya no existe, no la deseo, no la quiero.
Amar, como he escrito con reiteración, es un verbo que, si lo sabes conjugar, te transporta al olvido de que eres un ser efímero, finito, polvo en el tiempo. Hay gente que no ha amado nunca y ha sido feliz. Hay personas que amaron mucho, demasiado, casi hasta perder la vida, y fueron desgraciadas.
El amor duele mucho, porque su génesis y su finiquito suelen no corresponderse. Uno se enamora de una mujer, como podría ser mi caso, cuando ella todavía me contempla como a un amigo más. Y otro sigue amando a una dama, cuando ella decidió vaciar su alma de tus recuerdos, lavar su memoria de tu nombre y efectuar una catarsis en cada una de sus células hasta llegar a la conclusión de que no exististe en su vida.
El amor juega con el tiempo. No existe coherencia de sentimientos. Desprecia la puntualidad. Llega cuando no lo esperas, incluso cuando te has ido. Y si lo buscas, nunca lo encuentras. Y lo hallas cuando te habías perdido.
Esta noche decidí asesinar el amor. Lo extraje de su escondite entre las aurículas de mi corazón y el pericardio para arrojarlo a la zahúrda de los sentimientos. ¡Quiero ser feliz antes de convertirme en nada!
Eugenio-Jesús de Ávila



















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