Dudas de un seductor

No creo enamorase a mujer alguna por mi patrimonio. Quizá tuve otras virtudes que las sedujera. Por mi vida, pasaron damas preciosas. Y no sé qué vieron en mi persona. Ahora bien, si hubiese sido rico, con coches de alta gama, motos de cilindrada superior, mansiones aquí y allá, y siempre rodeado de bellas féminas, habría dudado entre si me quisieron por mis atractivos personales o por los económicos.

Otra pregunta que te formulo, a ti, como mujer, después de ver por enésima vez “Los puentes de Madison”, la mejor película de amor de la historia del cine, filmada por ese genio que fue y, de momento, es, Clint Eastwood, que protagonizó junto a la eximia actriz Meryl Streep: ¿Conoces casos de hombres o mujeres, casados y casadas, que viviesen un gran amor prohibido, una pasión intensa, que nunca se conociera?

Confieso que tuve amantes y fui amante. Solo me enamoré una vez. Con locura. Sufrí. ¡Qué me quiten lo “bailao”! No obstante, el gran amor de mi vida siempre será la última mujer que me acaricie, me bese, se me entregue en cuerpo y alma.

Espero aún a una dama hermosa por dentro y por fuera, culta e inteligente, elegante y seductora para vivir el gran amor de mi vida. Escribió Antonio Machado aquello de que “Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya; porque la vida es larga y el arte es un juguete. Y si la vida es corta y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera, que el arte es largo y, además, no importa”.

Eugenio-Jesús de Ávila