Sin novedad en el frente o la estupidez humana

Este título viene a cuento porque acabo de ver la película “Sin Novedad en el Frente” que, como seguramente sabréis, es candidata al Oscar como mejor película y a otros ocho premios más. Está basada en el libro de Erich Maria Remarke y es la tercera adaptación cinematográfica que se hace de él.

La primera versión fue la del director Lewis Milestone en 1930, que ganó el Oscar a la mejor película y el Oscar al mejor director; la Segunda versión es la de Delbert Mann en 1979; y ésta tercera y actual se debe al director Edward Berger y compite, como ya he dicho, a nueve premios.

Las tres películas tiene carácter antibelicista, como así lo es el libro, y son muy duras de ver, aunque ésta última se lleva la palma en ese sentido y, en mi opinión, tratan de poner en solfa las decisiones que se toman en los gobiernos para declarar una guerra.

Pero no se trata hoy de hacer crítica cinematográfica, ni mucho menos, se trata de, eso, poner en solfa los motivos por los cuales nuestros políticos, hablando en general, deciden que tenemos que ir a dejarnos la crisma en una guerra a la que ellos no asisten.

-Eso digo yo-, salta inmediatamente mi vecina Marisol, -si los políticos fueran los primeros en ir al frente no habría ni una sola guerra-.

Eso opino yo también, si los políticos fueran a las guerras que ellos proponen y promueven, no habría pasado de la primera. Pero es muy fácil hacer la táctica del Capitán Araña, que embarcaba a todos y él se quedaba en España.

-Efectivamente, porque ya me dirás qué es lo que se ha propuesto Putin invadiendo Ukrania. Al “tío Vladimir” se le puso en su rimsky-korsakov decir que parte de Ukrania le pertenecía a Rusia y allí se metió-, continúa mi vecina. -Y de eso va a hacer ya un año. Se pensó el hijo de la gran puta que iba a ser coser y cantar-.

-¡Hala, ya soltó la palabrota!-, le recrimina su amiga Concepción, ya sabéis, la eficiente funcionaria que nunca dice tacos.

-Sí, y más que se merece ese grandísimo desalmado, porque no hay ninguna razón para meterse en casa del vecino alegando que ese salón de estar es tuyo cuando resulta que la hipoteca la estoy pagando yo-.

-Bueno, Marisol, es un símil un poco estrafalario, aunque se te entiende todo-, le contesto.

Pero tiene toda la razón del mundo, Putin, como todos los dictadores o totalitaristas, sean de una extrema cualquiera, de derechas o de izquierdas, da igual, se cree que está imbuido por una potestad divina para hacer lo que le venga en gana, y no es así. ¿Por qué no va él, como cabeza de cartel, a la primera línea de fuego a romperse los cuernos contra los ukranianos?.

-¡Porque no hay cojones!-, salta mi vecina.

-Bueno, estás hoy desatada-, le recrimina otra vez Concepción.

-Pues no, no los hay, porque está mandando al matadero a miles de compatriotas, mal pertrechados, mal equipados y engañados, como ocurre siempre con las soflamas patrióticas que les dan en los mítines. Y además está atacando y masacrando a civiles ukranianos que, menuda culpa tienen de haber nacido a ese lado de la frontera-, prosigue mi vecina.

Y esto está alargándose, como ya he dicho, por casi un año, produciendo  decenas de miles victimas de uno y otro lado, pero el “valiente” Vladimir ahí se quedó, sin un rasguño, calentito y bien comido.

-¿Y ahora, la comunidad internacional qué tiene que hacer?-, le pregunto a Marisol.

-Pues, evidentemente, defenderse. Defenderse porque no ha habido lugar a negociar la paz, a llegar a un acuerdo, como ocurre en la película mencionada, que los políticos y los generalotes no son capaces de parar antes una carnicería por el orgullo ese del patriotismo, de los genes nacionalistas y de sus “santos cojones”, que son los primeros que ponen encima de la mesa. Pero solo los ponen de boquilla y en la mesa, no en el frente, que es donde deberían estar-, replica Marisol.

Y se la lleva Concepción del brazo a tomarse unos abisinios de crema del tamaño de un proyectil de obús.  

Kebedo.