HISTORIA
El viejo museo ya es un fue
¡Dios mío qué solos se quedan los muertos! Verso de la Rima LXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer. ¡Dios mío qué solas se sienten esta noche de febrero las ruinas del que fuera Museo de Semana Santa! Sé que almas sensibles, apasionadas de la Pasión de Zamora, se acercaron, a la postura del sol y cuando la noche devoró la última luz del ocaso por lo que fue el viejo almacén de pasos que hoy, 1 de febrero, falleció, piedra a piedra, tras un infarto de polvo y máquina.
Quizá alguna furtiva lágrima se congelara esta noche al ver ese enorme solar que aguarda un milagro de la arquitectura para construir el nuevo Museo. Recuerdos, hijos de la memoria, saltaron hoy desde el pretérito a este presente de decadencia y pesimismo que se ha apoderado de nuestra ciudad. Los zamoranos ya nos conformamos con mantener la Semana Santa, con sus procesiones, cofradías y pugnas domésticas por hacerla cada vez más hermosa, más atractiva, más coqueta.
En Zamora nos quedan tan pocas cosas para presumir, que ese edificio que albergará parte de la historia religiosa de nuestra ciudad, ese vía crucis que camina por la historia de la ciudad del Romancero, nos insufla una dosis de esperanza, nos devuelve la ilusión, nos hacer sentir que vivimos. No tendremos fábricas, ni industrias, ni…sueños. Pero todavía el Duero nos acompaña con sus nieblas de otoño e invierno, sus chopos y sus juncos, sus patos y carpas, y nuestra Semana Santa, incluso para ateos racionales como un servidor, nos aviva la inteligencia, nos sensibiliza, nos ocupa durante buena parte de nuestras vidas.
No se comprende Zamora sin su Semana de Pasión, ni tampoco sus cofradías y sus hermandades podrían lucir con tanta belleza como en esta ciudad del olvido y del rencor, de la envidia y el cainismo.
El viejo Museo, aquel almacén de pasos, es ya un fue. Con él se fueron gotas de sudor de los cargadores, la esperanza de salir a las calles y plazas y la alegría de regresar al punto de partida. La Zamora menguante no existiría sin su Semana Santa. Lo afirma un hombre que perdió la fe. Luto por la ucronía de un Museo, que fue, pero ya no será.
Eugenio-Jesús de Ávila
¡Dios mío qué solos se quedan los muertos! Verso de la Rima LXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer. ¡Dios mío qué solas se sienten esta noche de febrero las ruinas del que fuera Museo de Semana Santa! Sé que almas sensibles, apasionadas de la Pasión de Zamora, se acercaron, a la postura del sol y cuando la noche devoró la última luz del ocaso por lo que fue el viejo almacén de pasos que hoy, 1 de febrero, falleció, piedra a piedra, tras un infarto de polvo y máquina.
Quizá alguna furtiva lágrima se congelara esta noche al ver ese enorme solar que aguarda un milagro de la arquitectura para construir el nuevo Museo. Recuerdos, hijos de la memoria, saltaron hoy desde el pretérito a este presente de decadencia y pesimismo que se ha apoderado de nuestra ciudad. Los zamoranos ya nos conformamos con mantener la Semana Santa, con sus procesiones, cofradías y pugnas domésticas por hacerla cada vez más hermosa, más atractiva, más coqueta.
En Zamora nos quedan tan pocas cosas para presumir, que ese edificio que albergará parte de la historia religiosa de nuestra ciudad, ese vía crucis que camina por la historia de la ciudad del Romancero, nos insufla una dosis de esperanza, nos devuelve la ilusión, nos hacer sentir que vivimos. No tendremos fábricas, ni industrias, ni…sueños. Pero todavía el Duero nos acompaña con sus nieblas de otoño e invierno, sus chopos y sus juncos, sus patos y carpas, y nuestra Semana Santa, incluso para ateos racionales como un servidor, nos aviva la inteligencia, nos sensibiliza, nos ocupa durante buena parte de nuestras vidas.
No se comprende Zamora sin su Semana de Pasión, ni tampoco sus cofradías y sus hermandades podrían lucir con tanta belleza como en esta ciudad del olvido y del rencor, de la envidia y el cainismo.
El viejo Museo, aquel almacén de pasos, es ya un fue. Con él se fueron gotas de sudor de los cargadores, la esperanza de salir a las calles y plazas y la alegría de regresar al punto de partida. La Zamora menguante no existiría sin su Semana Santa. Lo afirma un hombre que perdió la fe. Luto por la ucronía de un Museo, que fue, pero ya no será.
Eugenio-Jesús de Ávila





















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