Aprecio o amistad y amor

Ella me aprecia y yo la quiero. ¡Y no sé qué hacer! Me cerebro y mi corazón discuten sobre si apreciarla yo también o dejarla de querer. Mi mente, pusilánime, me aconseja que la considere también, que no la ame. Pero mi músculo cardiaco, mi viejo corazón, siempre mirando de reojo a aurículas y ventrículos, y a la escucha del sístole-diástole, ese reloj de cuco no le deja en paz, ¡adora tanto a esa mujer!

Yo tengo amigos a los que aprecio, pero no me da por besarlos, ni abrazarlos contra mi pecho. Soy muy hombre, puro macho, pero nunca machista, porque Dios, de existir, sería un ser femenino. También hay féminas a las que estimo, pero tampoco pienso en la cópula cuando me encuentro con ellas y las saludo. Amar es otra cosa. Cierto que también aprecio a esa mujer que solo me estima. Pero el amor viene de muy adentro, como la lava del volcán. La pasión es el magma del alma; las fumarolas y piroclásticos son besos volcánicos; el cráter, los labios, y la colada de lava, saliva que se escapa del yugo de la boca.

Una dama, cierto día, ha mucho tiempo, me espetó que yo era un hombre volcánico, pero no me definió si estromboliano o hawainao. Sabía que arrasaría toda su epidermis con mi lava enamorada, que no quedaría ni una sola hectárea de su cuerpo sin una caricia, sin un beso, sin un mimo.

Yo amo, desconsoladamente, a esa fémina que me aprecia. Estoy a la espera de que mi sustancia gris se avenga a dejarse vencer por mi corazón para amarla como un volcán o estimarla como a doña Lola, mi vecina, una venerable anciana. Me temo que cualquier día empezaré a expulsar lapilli y cenizas por mi cerebro de seductor enamorado. No dejo de ser un hombre con el carácter de un volcán.

Eugenio-Jesús de Ávila