NUESTRA HISTORIA
Lavaderos de antaño
El sacrificado oficio de las lavanderas era muy popular hasta comienzos del pasado siglo XX, diríamos que imprescindibles sus servicios para atender a las gentes acomodadas que les confiaban el lavado de sus prendas íntimas para que las llevasen a jabonar y restregar en aquellos conocidos lavaderos zamoranos en Valorio, la Alberca o a las orillas del Duero.
Contaba yo en mi libro “Valorio, Memorias de un Pino Centenario” que, que desde el Alto de San Lázaro y otros puntos de la ciudad, bajaban las lavanderas a desgastarse las manos frotando ropas propias y ajenas; portaban sobre sus cabezas un enorme baño de cinc repleto de prendas, apoyado en un rodete y manteniéndolo con mucha destreza en equilibrio mientras avanzaban con garbosa marcha hacia la orilla del arroyo. Llevaban también en sus manos la banquilla o cajón en el que se apoyarían para hacer su trabajo, y el lavadero, aquella tabla de madera, muy pulida de tanto restregar sobre ella enaguas, sayas, calzones, tocas, túnicas, chambras y sábanas.
Ellas, mientras remangadas hasta los hombros lavaban, aclaraban y torcían aquellas prendas íntimas, tanto masculinas como femeninas, hablaban y comentaban sin dar descanso a la lengua ni a las manos.
Había ya, en la segunda mitad del siglo XIX afanes reivindicativos por parte de estas profesionales de la colada. El dos de mayo de 1863 reivindicaban las lavanderas zamoranas ante el Gobernador Civil que se les consintiera lavar la ropa al pie de la Muralla de Puerta Nueva. Como se trataba de una competencia municipal, el Ayuntamiento manifestó que, después de reconocido el sitio en el que las lavanderas pretendían ejercer su industria, no procedía acceder a su pretensión por existir muy corta distancia desde dicho punto al señalado para tomar el agua de la que se surte una gran parte de la población, y de seguro que la suciedad de la ropa sería arrastrada por la corriente hasta el banco de los aguadores, lo que originaría un peligro para la salud pública.
Ya, en aquellos tiempos, las Ordenanzas de buen gobierno de la Ciudad establecían prohibiciones de lavar en el Arroyo de Valorio los viernes, sábados y domingos, aunque hubiera bastante agua y en absoluto se les autorizaba si no había corriente bastante los demás días. Tampoco les estaba permitido lavar en aquel arroyo las ropas de los hospitales.
La fuente de la Alberca está muy vinculada a los tiempos de mi niñez. En los años treinta nací yo en el Barrio de Fuentelarreina, donde todavía no teníamos red de saneamiento ni agua potable, la que había que ir a buscar a la Fuente de la Alberca con cántaros, haciendo el recorrido por el camino que atravesaba las huertas de Arenales. También recuerdo a mi madre, en aquellos mis primeros años, cómo marchaba a la Alberca a lavar, con el baño a la cabeza y el lavadero al cuadril. En 1941 llegaba el agua potable a las casas del barrio de Fuentelarreina y terminaba aquel “calvario” de ir a lavar a la fuente de la Alberca.
Balbino Lozano
El sacrificado oficio de las lavanderas era muy popular hasta comienzos del pasado siglo XX, diríamos que imprescindibles sus servicios para atender a las gentes acomodadas que les confiaban el lavado de sus prendas íntimas para que las llevasen a jabonar y restregar en aquellos conocidos lavaderos zamoranos en Valorio, la Alberca o a las orillas del Duero.
Contaba yo en mi libro “Valorio, Memorias de un Pino Centenario” que, que desde el Alto de San Lázaro y otros puntos de la ciudad, bajaban las lavanderas a desgastarse las manos frotando ropas propias y ajenas; portaban sobre sus cabezas un enorme baño de cinc repleto de prendas, apoyado en un rodete y manteniéndolo con mucha destreza en equilibrio mientras avanzaban con garbosa marcha hacia la orilla del arroyo. Llevaban también en sus manos la banquilla o cajón en el que se apoyarían para hacer su trabajo, y el lavadero, aquella tabla de madera, muy pulida de tanto restregar sobre ella enaguas, sayas, calzones, tocas, túnicas, chambras y sábanas.
Ellas, mientras remangadas hasta los hombros lavaban, aclaraban y torcían aquellas prendas íntimas, tanto masculinas como femeninas, hablaban y comentaban sin dar descanso a la lengua ni a las manos.
Había ya, en la segunda mitad del siglo XIX afanes reivindicativos por parte de estas profesionales de la colada. El dos de mayo de 1863 reivindicaban las lavanderas zamoranas ante el Gobernador Civil que se les consintiera lavar la ropa al pie de la Muralla de Puerta Nueva. Como se trataba de una competencia municipal, el Ayuntamiento manifestó que, después de reconocido el sitio en el que las lavanderas pretendían ejercer su industria, no procedía acceder a su pretensión por existir muy corta distancia desde dicho punto al señalado para tomar el agua de la que se surte una gran parte de la población, y de seguro que la suciedad de la ropa sería arrastrada por la corriente hasta el banco de los aguadores, lo que originaría un peligro para la salud pública.
Ya, en aquellos tiempos, las Ordenanzas de buen gobierno de la Ciudad establecían prohibiciones de lavar en el Arroyo de Valorio los viernes, sábados y domingos, aunque hubiera bastante agua y en absoluto se les autorizaba si no había corriente bastante los demás días. Tampoco les estaba permitido lavar en aquel arroyo las ropas de los hospitales.
La fuente de la Alberca está muy vinculada a los tiempos de mi niñez. En los años treinta nací yo en el Barrio de Fuentelarreina, donde todavía no teníamos red de saneamiento ni agua potable, la que había que ir a buscar a la Fuente de la Alberca con cántaros, haciendo el recorrido por el camino que atravesaba las huertas de Arenales. También recuerdo a mi madre, en aquellos mis primeros años, cómo marchaba a la Alberca a lavar, con el baño a la cabeza y el lavadero al cuadril. En 1941 llegaba el agua potable a las casas del barrio de Fuentelarreina y terminaba aquel “calvario” de ir a lavar a la fuente de la Alberca.
Balbino Lozano
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