SEMANA SANTA 2023
El botellón de San Martín, un clásico de la Semana Santa
Una concentración con quejas de unos, cuando algo esté exento de ellas no ha pasado, y diversión de otros, propician opiniones para todos los públicos.
Hará como tres lustros en la ciudad, como en otras, estaban de moda los botellones. Alguno lejos de nuestras fronteras fue fuente de problemas por ser numerosos y repetitivos con consecuencias para los vecinos afectados, que obligó a las autoridades a tomar medidas para evitaros. Aquí por un cumulo de coincidencias, una noche especial donde hay más forasteros que residentes, un intervalo escaso de tiempo entre que finaliza una procesión y comienza la siguiente, el abrigo de la noche con un espacio amplio y estratégico sin vecinos muy cercanos fueron los ingredientes necesarios para que el botellón de San Martín se hiciera un hueco entre tantas otras cosas de la Pasión.
Las quejas, cuando algo no esté exento de ellas es que no ha pasado, no faltaron desde las primeras convocatorias, porque todo hay que decirlo las acumulaciones, bastantes menores que ahora, permanecían sin recoger varios días. Desde el ayuntamiento, se tomaron ciertas medidas, que no pasaron en ningún momento por impedir que se celebrara, sino que se trató de proteger espacios con el vallado del parque de arriba y mandar a los operarios la mañana de viernes santo a retirar las acumulaciones allí dejadas.
Con el cambio de gobierno municipal, siguiendo en la línea se optó por continuar la permisibilidad, pero dadas las circunstancias se añadieron urinarios portátiles para evitar, al menos intentarlo, que aquel hedor que se apreciaba desde las inmediaciones fuera algo más leve.
Y, hasta aquí hemos llegado, el botellón se sigue celebrando, año tras año, para diversión de algunos y quejas de otros. La cuenta de lo que supone y que se corresponde con seis operarios de jardines para la limpieza, más el transporte, diez baños de caseta y cinco urinarios, a lo que añadir alguna cosa más se desconoce. Parece que de momento nos lo podemos permitir.
Hará como tres lustros en la ciudad, como en otras, estaban de moda los botellones. Alguno lejos de nuestras fronteras fue fuente de problemas por ser numerosos y repetitivos con consecuencias para los vecinos afectados, que obligó a las autoridades a tomar medidas para evitaros. Aquí por un cumulo de coincidencias, una noche especial donde hay más forasteros que residentes, un intervalo escaso de tiempo entre que finaliza una procesión y comienza la siguiente, el abrigo de la noche con un espacio amplio y estratégico sin vecinos muy cercanos fueron los ingredientes necesarios para que el botellón de San Martín se hiciera un hueco entre tantas otras cosas de la Pasión.
Las quejas, cuando algo no esté exento de ellas es que no ha pasado, no faltaron desde las primeras convocatorias, porque todo hay que decirlo las acumulaciones, bastantes menores que ahora, permanecían sin recoger varios días. Desde el ayuntamiento, se tomaron ciertas medidas, que no pasaron en ningún momento por impedir que se celebrara, sino que se trató de proteger espacios con el vallado del parque de arriba y mandar a los operarios la mañana de viernes santo a retirar las acumulaciones allí dejadas.
Con el cambio de gobierno municipal, siguiendo en la línea se optó por continuar la permisibilidad, pero dadas las circunstancias se añadieron urinarios portátiles para evitar, al menos intentarlo, que aquel hedor que se apreciaba desde las inmediaciones fuera algo más leve.
Y, hasta aquí hemos llegado, el botellón se sigue celebrando, año tras año, para diversión de algunos y quejas de otros. La cuenta de lo que supone y que se corresponde con seis operarios de jardines para la limpieza, más el transporte, diez baños de caseta y cinco urinarios, a lo que añadir alguna cosa más se desconoce. Parece que de momento nos lo podemos permitir.

























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