HABLEMOS
La trampa liberal (I)
Desde Zamora
Déjese a un lado, por lejana, la virtud de un liberalismo que en el mundo anglosajón alumbró sin demasiados traumas, aunque los hubo, la libertad política bajo la óptica del Estado de derecho y las garantías civiles. Dictado de la ley y no del populacho, o pueblo en la peor tradición de la República jacobina del año II, antecedente funesto de otras similares.
Mas sin ir a orígenes muy manidos, respecto al liberalismo y su auténtico valor habría que acudir al período de entreguerras del siglo pasado, cuando la partitocracia instalada en el poder no llegó a comprender ni dar cauce en Occidente a las aspiraciones de una mayoría social propietaria, burguesa en el pleno sentido del término, contraria desde la razón y el sentido común al experimento totalitario que, bajo cualquier etiqueta socialista o comunista, incluida la socialdemocracia agente de la Komintern, se ensayaba a raíz del triunfo de bolchevismo y estalinismo materializando en Rusia: barbarie asiática siempre a las puertas, la gran abyección del mundo contemporáneo. No otra que el Soviet del gulag y el exterminio.
Fue la inanidad, la abulia interesada y egoísta del liberalismo en forma de partitocracia a la desbandada, aquello que propició el triunfo del totalitarismo con sus variantes más o menos extremas, más o menos sutiles. A la larga lo segundo, vista la socialdemocracia haciendo de vicario de un comunismo sabedor de su inmenso poder, dentro de un mundo subyugado por las masas. Cierto también que aquel liberalismo se hallaba ya contaminado por las desviaciones doctrinales de Ricardo y principalmente Stuart Mill, convertido en apóstol de la ideología socializadora que se abría camino hasta llegar al incontestable imperio de nuestra época.
Un liberalismo agotado, corrupto y desnortado, fue el culpable de que las clases activas y propietarias herederas de la mejor tradición cívica y democrática, a falta de dirección y liderazgo, optaran por soluciones autoritarias como reacción instintiva frente a la amenaza de socialismo y comunismo, en cualquiera de sus fórmulas. O máscaras de quienes, a día de hoy, están lejos de abandonar su designio dictatorial y revanchista.
Déjese a un lado, por lejana, la virtud de un liberalismo que en el mundo anglosajón alumbró sin demasiados traumas, aunque los hubo, la libertad política bajo la óptica del Estado de derecho y las garantías civiles. Dictado de la ley y no del populacho, o pueblo en la peor tradición de la República jacobina del año II, antecedente funesto de otras similares.
Mas sin ir a orígenes muy manidos, respecto al liberalismo y su auténtico valor habría que acudir al período de entreguerras del siglo pasado, cuando la partitocracia instalada en el poder no llegó a comprender ni dar cauce en Occidente a las aspiraciones de una mayoría social propietaria, burguesa en el pleno sentido del término, contraria desde la razón y el sentido común al experimento totalitario que, bajo cualquier etiqueta socialista o comunista, incluida la socialdemocracia agente de la Komintern, se ensayaba a raíz del triunfo de bolchevismo y estalinismo materializando en Rusia: barbarie asiática siempre a las puertas, la gran abyección del mundo contemporáneo. No otra que el Soviet del gulag y el exterminio.
Fue la inanidad, la abulia interesada y egoísta del liberalismo en forma de partitocracia a la desbandada, aquello que propició el triunfo del totalitarismo con sus variantes más o menos extremas, más o menos sutiles. A la larga lo segundo, vista la socialdemocracia haciendo de vicario de un comunismo sabedor de su inmenso poder, dentro de un mundo subyugado por las masas. Cierto también que aquel liberalismo se hallaba ya contaminado por las desviaciones doctrinales de Ricardo y principalmente Stuart Mill, convertido en apóstol de la ideología socializadora que se abría camino hasta llegar al incontestable imperio de nuestra época.
Un liberalismo agotado, corrupto y desnortado, fue el culpable de que las clases activas y propietarias herederas de la mejor tradición cívica y democrática, a falta de dirección y liderazgo, optaran por soluciones autoritarias como reacción instintiva frente a la amenaza de socialismo y comunismo, en cualquiera de sus fórmulas. O máscaras de quienes, a día de hoy, están lejos de abandonar su designio dictatorial y revanchista.





















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