ZAMORANA
Amor que va y no viene
Mº Soledad Martín Turiño
![[Img #80566]](https://eldiadezamora.es/upload/images/07_2023/3269_6596_soledad-1.jpg)
Fue desde siempre una persona necesitada de amor: lo daba a manos llenas y quería recibirlo de igual modo; sin embargo, no tuvo suerte. Siendo casi una adolescente, se unió a un hombre mayor, demasiado serio, demasiado circunspecto, sensible con otros, ajeno con ella e incapacitado para la risa franca o la ternura; pese a que llenó su vida con todo aquello que el dinero podía comprar.
Se la notaba tan deseosa de cariño, que lo proyectaba con todos, aunque su carácter empezó a sentir la decepción de soñar con algo que no recibía. De poco servían los manuales de autoayuda, las conversaciones con gente de su entorno íntimo, o el autoconvencimiento de que debía quererse a sí misma como premisa principal. Cuando iba por la calle se fijaba en las parejas que caminaban de la mano, en los gestos de afecto que se profesaban y sentía una punzada en el corazón; luego, llegaba a casa y notaba la soledad, la apatía y la extrema gravedad de aquel hombre que ya no sabía si quería o era la rutina quien les unía en aquella hermosa casa que a veces se le antojaba un féretro.
Con el transcurrir de los años, se convirtió en una persona triste y dura, como si quisiera preservarse para que nadie le causara más daño. Se había construido una careta que lucía en ocasiones, cuando no quería flaquear ante los demás; luego, a solas, se la retiraba como quien se quita el maquillaje y ve su verdadero rostro: trise, apagado, sombrío y más yermo que nunca.
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Fue desde siempre una persona necesitada de amor: lo daba a manos llenas y quería recibirlo de igual modo; sin embargo, no tuvo suerte. Siendo casi una adolescente, se unió a un hombre mayor, demasiado serio, demasiado circunspecto, sensible con otros, ajeno con ella e incapacitado para la risa franca o la ternura; pese a que llenó su vida con todo aquello que el dinero podía comprar.
Se la notaba tan deseosa de cariño, que lo proyectaba con todos, aunque su carácter empezó a sentir la decepción de soñar con algo que no recibía. De poco servían los manuales de autoayuda, las conversaciones con gente de su entorno íntimo, o el autoconvencimiento de que debía quererse a sí misma como premisa principal. Cuando iba por la calle se fijaba en las parejas que caminaban de la mano, en los gestos de afecto que se profesaban y sentía una punzada en el corazón; luego, llegaba a casa y notaba la soledad, la apatía y la extrema gravedad de aquel hombre que ya no sabía si quería o era la rutina quien les unía en aquella hermosa casa que a veces se le antojaba un féretro.
Con el transcurrir de los años, se convirtió en una persona triste y dura, como si quisiera preservarse para que nadie le causara más daño. Se había construido una careta que lucía en ocasiones, cuando no quería flaquear ante los demás; luego, a solas, se la retiraba como quien se quita el maquillaje y ve su verdadero rostro: trise, apagado, sombrío y más yermo que nunca.

















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