Una buena mala noticia

    No es preciso compartir la opinión habitual sobre el balance, sin duda calamitoso, de la derecha en las generales. Se trata de una mala noticia para gran parte de la ciudadanía, electorado conservador fiel a valores y principios. Pese a lo cual, hay razones que invitan a pensar de modo distinto.

   La llegada a la presidencia de un político como Feijóo, figura gris siquiera en virtud de su currículo de aparato, garantizaría aparentemente políticas “institucionales”, aunque ni mucho menos tendría  fácil gobernar dentro de una inevitable coalición PP-Vox, permanentemente tensionada a falta de verdadera convergencia programática. A ello habría que añadir la beligerancia de una izquierda volcada en lemas rupturistas y guerracivilistas, movilizando en las calles al sindicalismo, el separatismo y cualquier otra franquicia del extremismo sumadero. De no bastar, a lo anterior se uniría el desbarajuste de la inflación, el paro y una deuda impagable, sin olvidar la  presión de Bruselas, o sea, de la eurocracia filosocialista, ante una situación de práctica quiebra de las cuentas públicas.

   Horizonte endiablado de cara al simple administrar, aun desde una voluntad política firme de la que Feijóo carece, tanto por trayectoria como por talante. Bajo esa perspectiva, fuera del maná de cargos, nóminas y poltronas a rebatiña partitocrática, ¿qué ventaja a medio plazo supondría para las fuerzas conservadoras una golosina envenenada, viniendo a hacer de nuevo el caldo gordo a la izquierda con una gestión capaz de sanear el presupuesto, a la espera de que el PSOE de la subvención e infinitas mamandurrias retorne a la Moncloa, luego de minar desde su acreditada deslealtad el legítimo proyecto de la derecha conservadora? Ninguna, en puridad.

   Si bien se analiza, no es mala noticia que el sanchismo y su factótum decidan lidiar con el embrollo a que, de la mano de una casta política irresponsable, han conducido las urnas. ¡Adelante! Que reediten el ejecutivo franquestein con los cambalaches, claudicaciones y cesiones al comunismo y separatismo que convengan, al precio de retener el poder. Es buena noticia, y no ya porque serán los causantes directos quienes afronten una situación de ingobernabilidad y bancarrota. Lo es porque llevarán a lo que se requiere, con miras a una necesaria clarificación. En definitiva, aquello que pondrán en juego junto a un inviable y caduco régimen del 78, incluida la Constitución y la monarquía parlamentaria, es el dilema entre legalidad o independencia. ¿Órdago a la grande? Vaya y pase de una vez, con república incluida.