ZAMORANA
Agosto, el pueblo y la gente
Mº Soledad Martín Turiño
Comienza el mes de agosto, unos días marcados por la celebración de numerosas fiestas en prácticamente todo el territorio nacional. Los pueblos se llenan en estos días para festejar a su patrón y los escasos habitantes salen de su enclaustramiento para ver a personas por las calles, la plaza o los bares como punto de reunión y encuentro.
Mi pueblo, Castronuevo, no es ajeno a tal situación y en estos días se convierte en un hervidero de gente que retorna unos días para descansar, lejos de sus lugares de origen habituales. Este año es algo especial porque ha cambiado la configuración del ayuntamiento tras las pasadas elecciones municipales; ahora un puñado de jóvenes está al mando de la gobernanza del pueblo y a ellos solo puedo desearles todos los éxitos y que su andadura fluya haciendo lo mejor para Castronuevo que, seguro, es lo que anhelan.
Este deseo, que me atrevería a decir que comparte mucha gente de bien, no es, sin embargo, algo casual ni tan obvio como pudiera parecer. Todavía existen divisiones, segmentos de población que permanecen anclados en las diatribas de aquel pasado gris de antaño que emponzoñaban la vida de los habitantes de esta villa por dimes y diretes que se convertían en graves e imperdonables afrentas de por vida, causando una división y un malestar del que, transcurridos los años, en ocasiones ya ni se conocía el motivo de tal aversión, pero se perpetuaba en el tiempo.
En la actualidad, sobre todo en los pueblos pequeños en los que todo el mundo se conoce, inexplicablemente tal división permanece latente entre los vecinos, hasta el punto de que se respira un ambiente hostil, indeseable y del todo nefasto. Poco aprendemos la lección mirando al pasado; de nada sirven enconos permanentes que a nada conducen. Es preciso –vital, diría yo- ser generosos, dar un paso adelante y todos a una vivir el presente, apoyar a quienes ostentan el poder y no defenestrar sus acciones antes incluso de que se produzcan.
Tal vez sea el paso del tiempo, cuando uno ya alcanza una edad avanzada, cuando nos damos cuenta de que la vida es sencilla, somos nosotros quienes la complicamos con problemas y trabas innecesarias.
Es agosto, hay gente en el pueblo, existe voluntad para hacer cosas importantes, y luchar porque esta villa con sus pocos habitantes siga apareciendo en el mapa. Vamos a dar una oportunidad para el cambio, apoyemos las buenas ideas, propongamos otras nuevas, y aquellos que solo disponen de la crítica destructiva como arma, que se hagan a un lado; demos paso a los proyectos, y dejemos de vivir aislados en la razón propia que a nada conduce; vivimos demasiados años anclados en el gris; disfrutemos del color.
Mª Soledad Martín Turiño
Comienza el mes de agosto, unos días marcados por la celebración de numerosas fiestas en prácticamente todo el territorio nacional. Los pueblos se llenan en estos días para festejar a su patrón y los escasos habitantes salen de su enclaustramiento para ver a personas por las calles, la plaza o los bares como punto de reunión y encuentro.
Mi pueblo, Castronuevo, no es ajeno a tal situación y en estos días se convierte en un hervidero de gente que retorna unos días para descansar, lejos de sus lugares de origen habituales. Este año es algo especial porque ha cambiado la configuración del ayuntamiento tras las pasadas elecciones municipales; ahora un puñado de jóvenes está al mando de la gobernanza del pueblo y a ellos solo puedo desearles todos los éxitos y que su andadura fluya haciendo lo mejor para Castronuevo que, seguro, es lo que anhelan.
Este deseo, que me atrevería a decir que comparte mucha gente de bien, no es, sin embargo, algo casual ni tan obvio como pudiera parecer. Todavía existen divisiones, segmentos de población que permanecen anclados en las diatribas de aquel pasado gris de antaño que emponzoñaban la vida de los habitantes de esta villa por dimes y diretes que se convertían en graves e imperdonables afrentas de por vida, causando una división y un malestar del que, transcurridos los años, en ocasiones ya ni se conocía el motivo de tal aversión, pero se perpetuaba en el tiempo.
En la actualidad, sobre todo en los pueblos pequeños en los que todo el mundo se conoce, inexplicablemente tal división permanece latente entre los vecinos, hasta el punto de que se respira un ambiente hostil, indeseable y del todo nefasto. Poco aprendemos la lección mirando al pasado; de nada sirven enconos permanentes que a nada conducen. Es preciso –vital, diría yo- ser generosos, dar un paso adelante y todos a una vivir el presente, apoyar a quienes ostentan el poder y no defenestrar sus acciones antes incluso de que se produzcan.
Tal vez sea el paso del tiempo, cuando uno ya alcanza una edad avanzada, cuando nos damos cuenta de que la vida es sencilla, somos nosotros quienes la complicamos con problemas y trabas innecesarias.
Es agosto, hay gente en el pueblo, existe voluntad para hacer cosas importantes, y luchar porque esta villa con sus pocos habitantes siga apareciendo en el mapa. Vamos a dar una oportunidad para el cambio, apoyemos las buenas ideas, propongamos otras nuevas, y aquellos que solo disponen de la crítica destructiva como arma, que se hagan a un lado; demos paso a los proyectos, y dejemos de vivir aislados en la razón propia que a nada conduce; vivimos demasiados años anclados en el gris; disfrutemos del color.
Mª Soledad Martín Turiño


















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