Alea iacta est

   Los latinajos no suelen ser aptos al hablar sólo de política. Y ahí lo dejamos, hasta más ver. Iacta, iacta, iacta. Aun así, como aperitivo, ¿dónde situar el famoso Rubicón? ¿Allá por Rímini camino de Roma, o quizás en la relativa, pero muy relativa, cercanía de la Ulterior, la Citerior, también de la Lusitania berroqueña y paleta? Búsquese algún lejano limes cerca de la Galia.

   Del modo que fuere, lo decisivo no es el dónde sino el quién. Pues, iacta, iacta, iacta…, lo que se echa en falta es algún César, Mario o Pompeyo. Visto lo sacrificado y heroico, mejor todavía un Casio republicano. Aunque obviando hados e idus, hartos como estamos de farsalias y filipos, ¿por qué no conjurar a Sila, dejando a un lado la florida prosa de sénecas y cicerones? O ya de puestos, cuando menos al Catilina precursor del Bonaparte brumario, general incapaz a la vuelta del tiempo de ejercer de gorrilla mamarracho y cateto. Corso, corso, corso, con patente o sin ella. Poco es, si bien podría bastar.