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Memoria democrática
Alfonso J. Vázquez Vaamonde
Era un niño. Iba con mi madre a comprar con nuestrascartillas de razonamiento en las manos; a veces iba solo para traer aceite y azúcar, ¡si lo había! El letrero de la tienda del Sr. Felisindo decía: "ultramarinos y productos coloniales". Las palabras identificaban cosas, pero no siempre significaban algo. La tienda no era de color azul ni vendía colonias. Hablar con alguien de otra población significaba esperar tres o cuatro horas. La televisión, en blanco y negro, claro, era algo de las películas americanas; al igual que los obreros con coche. Los discos de baquelita para los gramófonos, un lujo, duraban dos minutos; el tocadiscos y los discos de larga duración, que duraban hasta media hora, aún no se habían inventado. Las radios eran de válvulas. El transistor tampoco había sido inventado. Y de las casetes ¡ni hablar!
La Semana Santa era para los niños; tres días sin clases; jueves, viernes y sábado, que entonces era lectivo por la mañana y por la tarde. Fue un progreso el sábado sin clase vespertina. Mucho después, ya en la Universidad, tampoco había clases por la mañana. El "fin de semana", ¡esa cosa del cine!, era realidad. ¡El progreso estaba llegando!
En el cine solo había películas religiosas: "La Túnica Sagrada", "Quo vadis", "Los Diez Mandamientos", etc. También "Marcelino pan y vino" y otras similares. En la radio, se mantenía "el parte", aunque ya no era de guerra, como aún se le seguía llamando en Galicia, a las noticias de las dos y media y las diez, pero la música clásica ocupaba el espacio de muchos programas. En lugar de fomentar el gusto por ella, se la asociaba con lo triste y lo aburrido. ¡Un enfoque educativo erróneo! Un locutor fervoroso retransmitía en directo las procesiones andaluzas, la quintaesencia de la piedad, describiendo sus capirotes, las "saetas" desde cualquier balcón, las ridículas competencias entre vírgenes y Cristos de cada cofradía, sus penitentes con cruces a cuestas y los pies descalzos arrastrando cadenas. Esos días no salían juntos los novios de distintas cofradías, un disgusto mayor que apoyar distintos equipos de fútbol: "la cofradía sobre todo". Algunos veían ese sacrificio con aprecio. A mis padres les parecía una estupidez; a mí, todavía niño, también. En Orense se "copiaron" las procesiones con capirotes inventando las cofradías, aunque no fue la primera ciudad gallega. Mi padre era una persona piadosa pero estaba muy irritado. La tradición histórica, aunque extemporánea, es auténtica. El falso invento distorsiona lo que representa.
Las procesiones castellanas eran sobrias. El Sermón de las Siete Palabras de Valladolid solía ser transmitido por la radio. En Soria, la tradición de los "picaos" era ya una irracionalidad pasada. El párroco certificaba la piedad del fiel y la buena fe, ¿o era fanatismo precristiano?, y los disciplinantes se azotaban la espalda unas mil veces. Luego se les "picaba", de ahí su nombre, para facilitar el drenaje de la sangre. ¿Qué clase de Dios puede apreciar eso? Ese espectáculo "cultural", "se cultiva" como todo lo no natural, sigue vigente: lo admiran los piadosos, los sádicos y los curiosos cada uno por razones distintas. No sorprende en un país que antes se divertía tirando cabras desde el campanario y que hoy financia las corridas de toros con dinero público mientras "no le alcanza" para becas de comedor para miles de niños. La política respeta las prioridades.
El país se entristecía aún más. La Semana Santa recordaba que los judíos, la raza de asesinos, habían matado al hijo del único dios verdadero por usurpador de su filiación. Los musulmanes, al menos, lo calificaban de profeta, aunque de menor nivel que Mahoma. Sus varios intermediarios: rabinos, curas, imanes y pastores protestantes, explicaban sus mandatos; eran distintos y hasta opuestos.
En Semana Santa, la diversión se reducía a visitar las parroquias donde había monumentos a base de cirios y flores y rezar algunas oraciones. Los de los barrios más ricos eran más fastuosos. Con la vanidad del nefasto "patriotismo", en este caso parroquial, nadie admitía que el suyo fuera el peor. La consigna no escrita era aburrirse. Ir al café revelaba poca piedad. Las fiestas infantiles se retrasaban por ser alegres. Había que estar tristes. ¡Y nada de hacer el amor durante la Cuaresma!
Hoy, ¿todo sigue igual? Los "picaos" continúan, y la incongruencia de los legionarios haciendo volatines con sus fusiles cuando Cristo dijo: "Mete tu espada en la vaina, porque el que a hierro mata, a hierro muere", y los piques entre cofradías de ricos y pobres, compitiendo en lujo y ostentación de su riqueza: ¿qué queda del consejo "reparte tus bienes entre los pobres y sígueme"? Mucho ha cambiado: se va a la playa o a esquiar; el cine y la televisión mantienen sus programas, sin mencionar "Saber y Ganar" con su eterno presentador. Se está estrenando una serie religiosa en La 2: "El Elegido". ¿Por qué el título en inglés? No se da la noticia de que más gente vaya a la iglesia. Sí que los hoteles están llenos: la Semana Santa ha sido un éxito, pues.
Era un niño. Iba con mi madre a comprar con nuestrascartillas de razonamiento en las manos; a veces iba solo para traer aceite y azúcar, ¡si lo había! El letrero de la tienda del Sr. Felisindo decía: "ultramarinos y productos coloniales". Las palabras identificaban cosas, pero no siempre significaban algo. La tienda no era de color azul ni vendía colonias. Hablar con alguien de otra población significaba esperar tres o cuatro horas. La televisión, en blanco y negro, claro, era algo de las películas americanas; al igual que los obreros con coche. Los discos de baquelita para los gramófonos, un lujo, duraban dos minutos; el tocadiscos y los discos de larga duración, que duraban hasta media hora, aún no se habían inventado. Las radios eran de válvulas. El transistor tampoco había sido inventado. Y de las casetes ¡ni hablar!
La Semana Santa era para los niños; tres días sin clases; jueves, viernes y sábado, que entonces era lectivo por la mañana y por la tarde. Fue un progreso el sábado sin clase vespertina. Mucho después, ya en la Universidad, tampoco había clases por la mañana. El "fin de semana", ¡esa cosa del cine!, era realidad. ¡El progreso estaba llegando!
En el cine solo había películas religiosas: "La Túnica Sagrada", "Quo vadis", "Los Diez Mandamientos", etc. También "Marcelino pan y vino" y otras similares. En la radio, se mantenía "el parte", aunque ya no era de guerra, como aún se le seguía llamando en Galicia, a las noticias de las dos y media y las diez, pero la música clásica ocupaba el espacio de muchos programas. En lugar de fomentar el gusto por ella, se la asociaba con lo triste y lo aburrido. ¡Un enfoque educativo erróneo! Un locutor fervoroso retransmitía en directo las procesiones andaluzas, la quintaesencia de la piedad, describiendo sus capirotes, las "saetas" desde cualquier balcón, las ridículas competencias entre vírgenes y Cristos de cada cofradía, sus penitentes con cruces a cuestas y los pies descalzos arrastrando cadenas. Esos días no salían juntos los novios de distintas cofradías, un disgusto mayor que apoyar distintos equipos de fútbol: "la cofradía sobre todo". Algunos veían ese sacrificio con aprecio. A mis padres les parecía una estupidez; a mí, todavía niño, también. En Orense se "copiaron" las procesiones con capirotes inventando las cofradías, aunque no fue la primera ciudad gallega. Mi padre era una persona piadosa pero estaba muy irritado. La tradición histórica, aunque extemporánea, es auténtica. El falso invento distorsiona lo que representa.
Las procesiones castellanas eran sobrias. El Sermón de las Siete Palabras de Valladolid solía ser transmitido por la radio. En Soria, la tradición de los "picaos" era ya una irracionalidad pasada. El párroco certificaba la piedad del fiel y la buena fe, ¿o era fanatismo precristiano?, y los disciplinantes se azotaban la espalda unas mil veces. Luego se les "picaba", de ahí su nombre, para facilitar el drenaje de la sangre. ¿Qué clase de Dios puede apreciar eso? Ese espectáculo "cultural", "se cultiva" como todo lo no natural, sigue vigente: lo admiran los piadosos, los sádicos y los curiosos cada uno por razones distintas. No sorprende en un país que antes se divertía tirando cabras desde el campanario y que hoy financia las corridas de toros con dinero público mientras "no le alcanza" para becas de comedor para miles de niños. La política respeta las prioridades.
El país se entristecía aún más. La Semana Santa recordaba que los judíos, la raza de asesinos, habían matado al hijo del único dios verdadero por usurpador de su filiación. Los musulmanes, al menos, lo calificaban de profeta, aunque de menor nivel que Mahoma. Sus varios intermediarios: rabinos, curas, imanes y pastores protestantes, explicaban sus mandatos; eran distintos y hasta opuestos.
En Semana Santa, la diversión se reducía a visitar las parroquias donde había monumentos a base de cirios y flores y rezar algunas oraciones. Los de los barrios más ricos eran más fastuosos. Con la vanidad del nefasto "patriotismo", en este caso parroquial, nadie admitía que el suyo fuera el peor. La consigna no escrita era aburrirse. Ir al café revelaba poca piedad. Las fiestas infantiles se retrasaban por ser alegres. Había que estar tristes. ¡Y nada de hacer el amor durante la Cuaresma!
Hoy, ¿todo sigue igual? Los "picaos" continúan, y la incongruencia de los legionarios haciendo volatines con sus fusiles cuando Cristo dijo: "Mete tu espada en la vaina, porque el que a hierro mata, a hierro muere", y los piques entre cofradías de ricos y pobres, compitiendo en lujo y ostentación de su riqueza: ¿qué queda del consejo "reparte tus bienes entre los pobres y sígueme"? Mucho ha cambiado: se va a la playa o a esquiar; el cine y la televisión mantienen sus programas, sin mencionar "Saber y Ganar" con su eterno presentador. Se está estrenando una serie religiosa en La 2: "El Elegido". ¿Por qué el título en inglés? No se da la noticia de que más gente vaya a la iglesia. Sí que los hoteles están llenos: la Semana Santa ha sido un éxito, pues.





















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