PASIÓN POR ZAMORA
Escribir en Zamora no es llorar, más bien… una necesidad
Escribir en Zamora no es llorar, más bien…una necesidad para la persona que le duele esta ciudad y su provincia, olvidada, mancillada y engañada por los políticos, personal que no nos representa, pues su oficio consiste en vender el producto de sus jefes en Madrid o, en su defecto, Valladolid, jamás a reivindicar nuestras necesidades ni exigir su remedio.
Desde casi la cuna critiqué al sonajero y mordí el chupete. Jamás me conformé. Nunca creí a nadie que vendiese utopías ni los cuentos que me contaran los usufructuarios del poder. No me conformo, pues, con esta Zamora menguante, cerrada en sí misma, en una mentalidad decimonónica o incluso barroca por no viajar hasta el medioevo. Un político siempre debe ser ambicioso en su gobernanza, en su capacidad para imaginar una ciudad más desarrollada, hermosa y distinta.
En Zamora cada vez somos menos y más mayores. Solo prosperan las residencias para gente de cierta edad. Invertir en otro tipo de empresas parece imposible. Se van los jóvenes. Terminan una carrera y no les queda otra salida que hacerse hombres de provecho lejos de su patria chica. Apenas existe actividad. Hay cuatro industrias, potentes y admirables, relacionadas casi todas con la transformación de las materias primas, magníficas, excepcionales. No nos conformemos con envejecer, no permitamos que se nos arrugue más la economía, que las instituciones públicas, autonómica y central, ejerzan caridad con nuestra tierra, como si fuéramos menesterosos, como si no tuviéramos derecho a progresar. No somos parias, y si lo somos por qué los que cantan la Internacional nos tienen olvidados y solo se acuerda de las regiones y provincias de la gran burguesía, a las que presentan los partidos secesionistas, racistas, de ultraderecha.
Ayuntamiento de Zamora, regido ahora por personas que admiten la importancia del turismo cultural para reactivar la economía local, tiene por delante poco más de tres años para embellecer nuestra ciudad, para transformar el casco histórico, para acabar con tantos solares, edificios en semirruina, ennoblecer jardines, instalar fuentes, construir viviendas sociales con ayudas de la Junta de Castilla y León y conseguir que Adif ceda o venda los terrenos, abandonados, de la Estación del Ferrocarril, para que Zamora tenga su propio polígono, esencial para que seducir a empresarios ambiciosos, españoles y extranjeros. No se necesitan pinganillos. Espero que el prometido por Mañueco para Monfarracinos, alfoz de la capital, sea una realidad antes del finiquito de legislatura autonómica.
Visítense patronales de centros industriales de España y Portugal, acerquémonos fraternal y comercialmente a Oporto y Braganza, presentemos proyectos atractivos por doquier, saquemos partido del AVE, exijamos, sin ambages, sin miedo, la transformación de la nacionales 122 y 631 en autovías; vendamos al ciudad como centro de congresos de todo tipo, exportemos marcos naturales como las riberas del Duero, el bosque de Valorio y paraísos cercanos como las Lagunas de Villafáfila y Arribes del Duero. No nos quedemos en los despachos.
Como abría este artículo, escribir en Zamora no es llorar, sino una necesidad, un grito de supervivencia y una manifestación de rebeldía. Moriré escribiendo sobre las cuitas de la ciudad del alma, que es como morir de pie o con las botas puestas.
Eugenio-Jesús de Ávila
Escribir en Zamora no es llorar, más bien…una necesidad para la persona que le duele esta ciudad y su provincia, olvidada, mancillada y engañada por los políticos, personal que no nos representa, pues su oficio consiste en vender el producto de sus jefes en Madrid o, en su defecto, Valladolid, jamás a reivindicar nuestras necesidades ni exigir su remedio.
Desde casi la cuna critiqué al sonajero y mordí el chupete. Jamás me conformé. Nunca creí a nadie que vendiese utopías ni los cuentos que me contaran los usufructuarios del poder. No me conformo, pues, con esta Zamora menguante, cerrada en sí misma, en una mentalidad decimonónica o incluso barroca por no viajar hasta el medioevo. Un político siempre debe ser ambicioso en su gobernanza, en su capacidad para imaginar una ciudad más desarrollada, hermosa y distinta.
En Zamora cada vez somos menos y más mayores. Solo prosperan las residencias para gente de cierta edad. Invertir en otro tipo de empresas parece imposible. Se van los jóvenes. Terminan una carrera y no les queda otra salida que hacerse hombres de provecho lejos de su patria chica. Apenas existe actividad. Hay cuatro industrias, potentes y admirables, relacionadas casi todas con la transformación de las materias primas, magníficas, excepcionales. No nos conformemos con envejecer, no permitamos que se nos arrugue más la economía, que las instituciones públicas, autonómica y central, ejerzan caridad con nuestra tierra, como si fuéramos menesterosos, como si no tuviéramos derecho a progresar. No somos parias, y si lo somos por qué los que cantan la Internacional nos tienen olvidados y solo se acuerda de las regiones y provincias de la gran burguesía, a las que presentan los partidos secesionistas, racistas, de ultraderecha.
Ayuntamiento de Zamora, regido ahora por personas que admiten la importancia del turismo cultural para reactivar la economía local, tiene por delante poco más de tres años para embellecer nuestra ciudad, para transformar el casco histórico, para acabar con tantos solares, edificios en semirruina, ennoblecer jardines, instalar fuentes, construir viviendas sociales con ayudas de la Junta de Castilla y León y conseguir que Adif ceda o venda los terrenos, abandonados, de la Estación del Ferrocarril, para que Zamora tenga su propio polígono, esencial para que seducir a empresarios ambiciosos, españoles y extranjeros. No se necesitan pinganillos. Espero que el prometido por Mañueco para Monfarracinos, alfoz de la capital, sea una realidad antes del finiquito de legislatura autonómica.
Visítense patronales de centros industriales de España y Portugal, acerquémonos fraternal y comercialmente a Oporto y Braganza, presentemos proyectos atractivos por doquier, saquemos partido del AVE, exijamos, sin ambages, sin miedo, la transformación de la nacionales 122 y 631 en autovías; vendamos al ciudad como centro de congresos de todo tipo, exportemos marcos naturales como las riberas del Duero, el bosque de Valorio y paraísos cercanos como las Lagunas de Villafáfila y Arribes del Duero. No nos quedemos en los despachos.
Como abría este artículo, escribir en Zamora no es llorar, sino una necesidad, un grito de supervivencia y una manifestación de rebeldía. Moriré escribiendo sobre las cuitas de la ciudad del alma, que es como morir de pie o con las botas puestas.
Eugenio-Jesús de Ávila
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