La escuela de pizarra y cartapacio

En mis tiempos de escolar, allá por los años treinta, cuando acudía  a la Escuela de "Los Descalzos" en la calle de la Brasa, el material  que llevábamos para el aprendizaje era la pizarra y la enciclopedia metidas en un cartapacio ( las niñas en el cabás);  a diferencia de la colección de libros y la tablet electrónica que en el macuto con ruedas se lleva ahora.

Aquella pizarra de piedra con marco de madera se empleaba para escribir sobre ella apuntes u operaciones numéricas con un pizarrín.  Aquella escritura de blanco sobre negro luego se borraba con un trapo que solía ir colgado de la pizarra.  La enciclopedia, en la que se comprendían todas las materias a estudiar:  Gramática, Aritmética, Geografía, Historia, etc., de la Editorial Dalmau Carles Pla era el texto único para un único maestro.
Los pupitres,  en los que los alumnos nos sentábamos de dos en dos, tenían en la parte superior unos agujeros redondos en los que estaban incrustados los tinteros en los que los alumnos de grados más avanzados mojaban la pluma para escribir.  La escritura era objeto de un constante esfuerzo para mejorar la caligrafía para que la letra fuera, no solamente inteligible sino bonita.

Los más usuales métodos de enseñanza eran cantando para aprender las tablas de suma, resta o multiplicación, también era costumbre cantar para el aprendizaje de los ríos de la Península o la larga lista de los reyes godos.
De la escuela graduada de  "Los Descalzos",  el más importante  recuerdo que me quedó fue, cuando jugaba a la hora del recreo en el patio, sufrí una desafortunada caída y me fracturé el peroné de la pierna izquierda.  Los maestros me cogieron en brazos  y me trasladaron al aula sentándome sobre un pupitre. Allí comprobaron que se trataba de posible fractura y avisaron a mi padre, que se presentó a recogerme de la escuela y me llevó al Hospital de la Encarnación, donde me escayolaron y me tocó andar con la pierna escayolada durante cuarenta días, tiempo que hice "novillos" porque no podía ir a las clases.    

Balbino Lozano