COSAS DE AQUÍ
Zamora no tiene quien la escriba
Hoy, en Zamora, durante unas horas de la tarde, la belleza se hallaba en el cielo, cuando las nubes, blancas y grises de lluvia, buscaban las rimas a sus versos en las aguas y bosques del Duero. Entre los árboles, los pajarillos trinaban satisfechos. Pocos zamoranos se atrevieron a disfrutar de esta tarde que amenazaba traducirse en lluvia. Confieso mi deleite y no quiero anticiclones que impidan atravesar nuestra ciudad a las borrascas atlánticas. El verano expulsará a los nimbos y a los estratos de nuestro cielo. Y Zamora mostrará una atmósfera de tedio.
Nuestra ciudad, y también nuestra provincia, cuenta con una materia prima excepcional, como sucede con los productos de la tierra, del sector primario. Zamora ocupa la jerarquía en iglesias románicas, un castillo singular que clama por una restauración más profunda, plazas embellecidas por edificios modernistas y eclécticos, un puente románico que, si se restaurasen sus dos torres, se convertiría quizá en el más hermoso de España, un bosque mágico, casi de cuento, un cuarto de hora del cogollo de la urbe, y un río especial, que se comporta, cuando atraviesa Zamora como si oliese a mar, de ahí sus meandros e islas. El Duero fue siempre, además de fuente de vida, razón de la existencia de población, de la fundación de la bien cercada, inspiración de profundos poetas. Zamora lo tiene todo para encantar al turismo de la cultura y de la naturaleza. Pero a nuestra tierra le han sobrados malandrines de la política, con sillón en las Cortes de Castilla y León, Congreso de los Diputados y Senado e incluso en los distintos gobiernos de esta democracia de formas sin fondo.
También la ciudad del Romancero padece una tremenda orfandad, porque sus hijos, acobardados y conformistas, pusilánimes y apáticos, guardaron silencio mientras los gobiernos la castigaron con su arbitrariedad, la dejaron que se murieran de muerto natural, arrancándole su principal fuente de riqueza, su población, después de cerrar las puertas del Estado. Los políticos zamoranos, servidores de sus respectivos partidos nunca de su pueblo, permitieron que las jerarquías de sus formaciones decapitaran el futuro, el progreso y el desarrollo de Zamora. Pero el zamorano, desinformado y asustado, sigue comulgando con vanas promesas, con coplas de malandrines que se alimentan de la res pública.
Zamora es una bella ciudad, pero no tiene príncipe azul que la despierte de su largo sueño. Zamora tampoco tiene quien la escriba, quizá algunos la lloramos.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hoy, en Zamora, durante unas horas de la tarde, la belleza se hallaba en el cielo, cuando las nubes, blancas y grises de lluvia, buscaban las rimas a sus versos en las aguas y bosques del Duero. Entre los árboles, los pajarillos trinaban satisfechos. Pocos zamoranos se atrevieron a disfrutar de esta tarde que amenazaba traducirse en lluvia. Confieso mi deleite y no quiero anticiclones que impidan atravesar nuestra ciudad a las borrascas atlánticas. El verano expulsará a los nimbos y a los estratos de nuestro cielo. Y Zamora mostrará una atmósfera de tedio.
Nuestra ciudad, y también nuestra provincia, cuenta con una materia prima excepcional, como sucede con los productos de la tierra, del sector primario. Zamora ocupa la jerarquía en iglesias románicas, un castillo singular que clama por una restauración más profunda, plazas embellecidas por edificios modernistas y eclécticos, un puente románico que, si se restaurasen sus dos torres, se convertiría quizá en el más hermoso de España, un bosque mágico, casi de cuento, un cuarto de hora del cogollo de la urbe, y un río especial, que se comporta, cuando atraviesa Zamora como si oliese a mar, de ahí sus meandros e islas. El Duero fue siempre, además de fuente de vida, razón de la existencia de población, de la fundación de la bien cercada, inspiración de profundos poetas. Zamora lo tiene todo para encantar al turismo de la cultura y de la naturaleza. Pero a nuestra tierra le han sobrados malandrines de la política, con sillón en las Cortes de Castilla y León, Congreso de los Diputados y Senado e incluso en los distintos gobiernos de esta democracia de formas sin fondo.
También la ciudad del Romancero padece una tremenda orfandad, porque sus hijos, acobardados y conformistas, pusilánimes y apáticos, guardaron silencio mientras los gobiernos la castigaron con su arbitrariedad, la dejaron que se murieran de muerto natural, arrancándole su principal fuente de riqueza, su población, después de cerrar las puertas del Estado. Los políticos zamoranos, servidores de sus respectivos partidos nunca de su pueblo, permitieron que las jerarquías de sus formaciones decapitaran el futuro, el progreso y el desarrollo de Zamora. Pero el zamorano, desinformado y asustado, sigue comulgando con vanas promesas, con coplas de malandrines que se alimentan de la res pública.
Zamora es una bella ciudad, pero no tiene príncipe azul que la despierte de su largo sueño. Zamora tampoco tiene quien la escriba, quizá algunos la lloramos.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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