Mª Soledad Martín Turiño
Miércoles, 03 de Julio de 2024
ZAMORANA

Reflexiones sobre el final de la vida

Mº Soledad Martín Turiño

Está terminando su vida o, para decirlo sin ambages, se está muriendo; sin embargo, durante el proceso de partida –que puede ser breve o muy largo- me pregunto si en la seminconsciencia debida a su estado de deterioro físico, el cuerpo será capaz de transitar hacia la luz traspasando el umbral que deja este mundo para arribar al otro.

 

Así nos lo han explicado en la religión católica, que nos promete una vida eterna una vez hayamos completado esta terrenal; pero mi curiosidad se centra en saber cuáles son los pasos que se siguen en el proceso de entrada en la inmortalidad, aunque sé de cierto que nadie podrá contestarme a esta cuestión, y no me valen en este momento las benéficas palabras relativas a la fe, porque me gustaría algo más racional, más concreto.

 

No obstante, me pregunto a qué se debe que algunas personas en estado ya terminal, se muestren serenas, asombrando incluso con alguna frase a modo de adiós a quienes esperan el óbito con gesto contrito y ojos llorosos. No resulta infrecuente que, llegados a ese estado final, se ocupen de cuestiones que en su vida nunca abordaron: se arrepientan de determinados aspectos de su existencia, se disculpen por no haber sido mejores; o, en un talante más práctico, den instrucciones sobre el reparto de sus posesiones o cómo deben comportarse los que quedan, apelando a lo exiguo de la existencia.

 

Los seres humanos ocupados en lo terrenal, lo físico, lo aparente, lo visible, tendemos a dejar de lado la muerte y abordarla únicamente cuando nos llega de pleno, e incluso entonces hemos organizado una parafernalia de actos en los que convertimos la defunción en algo hermoso: cuando el cuerpo expira, se le introduce en una caja y se llena de flores; se celebran funerales y responsos glosando la figura del difunto; se reúnen familiares y amigos para recordarlo en sus mejores acciones… No obstante, gran parte de este ritual está destinado a consolar a quienes sufren la pérdida con una realidad edulcorada; pocos piensan que el cuerpo se pudrirá, o se convertirá en polvo si sufre una cremación, dejando de tener la apariencia que mostró en vida.

 

Asimismo, las palabras y las expresiones se suavizan: se habla de “dormir el sueño eterno”, de la “separación del cuerpo y el alma”, de “irse al cielo”, “pasar a mejor vida”, “descansar” o “no sufrir”; se evita mencionar la palabra muerte con eufemismos como: “óbito”, “pérdida”, “deceso”, “defunción” etc. y se elude mencionar términos tan naturales como: “entierro”, “tumba”, “féretro” o “sepultura”.

 

         Deberíamos estar preparados para la muerte, ser una asignatura que se impartiera desde la escuela, para que el final fuera una especie de cierre natural del círculo de la vida y se menguara el sufrimiento posterior, porque asumiéramos que forma parte de la existencia; tan simple como eso. Bien es cierto que en la actualidad se simplifican los trámites, hay empresas dedicadas a ofrecer a las familias cuidados –incluso ayuda psicológica- y se ocupan de las gestiones necesarias para que todo sea aséptico e impersonal; nada que ver con la parafernalia que existía hace una generación, sobre todo en los pueblos, donde se velaba el cadáver en casa, se cubrían los espejos con velos, acudía todo el mundo, se pronunciaban las consabidas palabras de condolencia: “no somos nada”, “te acompaño en el sentimiento”, “no hay palabras”, “mi más sentido pésame”… con vecinos y amigos que pasaban la noche en la casa suspirando, lagrimeando, acompañando a la familia y luego varios hombres portaban el ataúd sobre los hombros hasta el cementerio.

 

El concepto de muerte, así como la comprensión de que es un estado al que todos irremisiblemente llegaremos, ha dado para mucho a lo largo del tiempo ya que, si hay un punto en común entre las diferentes culturas, es que en todas ellas se produce una ceremonia de despedida más o menos elaborada dependiendo de la situación; no pueden compararse las muertes en fosas comunes en una guerra, por ejemplo, con la pompa que acompaña el final de un personaje famoso. Pese a todo, la terminación de la vida llegará para todos, velis nolis, y solo resta desear que ese momento no sea abrupto, doloroso o atormentado, sino que prime la paz, que el moribundo esté rodeado por sus seres queridos y el final sea plácido, para que recordemos esos últimos momentos con la debida serenidad antes de afrontar el consiguiente duelo.

 

Dicen que la muerte le pregunta a la vida: “¿Por qué a mí todos me odian y a ti todos te aman?” La vida responde: “Porque yo soy una bella mentira y tú una triste verdad”.

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