NUESTRA HISTORIA
Un arzobispo díscolo
En 1474 se produjo la muerte del Rey Enrique IV de Castilla, lo que dio lugar a que los príncipes don Fernando y doña Isabel fueran aclamados como Reyes de Castilla y León. Don Fernando salió de Zaragoza el 19 de diciembre y el 30, en Turégano, tuvo noticia de la Reina, su mujer que le esperaba en Segovia.
Asó comienza la historia de un reinado en el que, se dice, que subió la monarquía de España a los tiempos de mayor esplendor. Dispuesto en Segovia el recibimiento, con grandes aclamaciones de todo género, y habiendo llegado a palacio, confirmaron ambos monarcas los principales oficios en las personas que ya los tenían: el de Chanciller del Sello de Puridad al Cardenal Mendoza, el del Sello de Plomo al Conde de Castañeda, el de Almirante a don Alonso Enriquez, el de Camarero mayor y Condestable al Conde de Haro, los Contadores Mayores a Gonzalo Chacón y Gutierre de Cárdenas, y así los demás oficios, exceptuando los que ya tenía el Marqués de Villena y otros que estaban ligados con él, esperando su resolución.
El Arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo de Acuña, que se vendía por hombre santo y que había alcanzado el secreto de la piedra filosofal para hacer oro, empezó a resentirse de la Reina desde que ésta entró en Segovia, porque no le había dado hospedaje en la Casa real y pareciéndole que los Reyes hacían más caso y daban mayor confianza al Cardenal Mendoza, que no a él, avivaba cada día más su resentimiento, juzgando que, por los servicios que había hecho anteriormente a los reyes, era el más justo acreedor a la remuneración y a la confianza de los nuevos monarcas. Con ello, pidió a los Reyes algunas mercedes y oficios que disfrutaba con el Rey, su difunto padre. La Reina y los suyos le dijeron que no podían concedérselos, pues no era justo que, habiéndoles servido bien, sin causa alguna se los quitasen a quienes ya los tenían, que pidiese otras mercedes y verían de reconocérselas.
Exasperado sumamente el Arzobispo de la respuesta y conociéndolo el Rey y la Reina, trataron de templarle. El Rey procuró, yéndose a su aposento, satisfacer su queja, reconviniéndole con que tenía muy en la memoria los grandes servicios que a él y a su mujer les había hecho y con el tiempo le daría su reconocimiento; pero no bastó esto a sosegar su turbulento enojo, así se marchó de Segovia el 20 de enero de 1475 para Alcalá de Henares. La Reina, conociendo el tenaz genio del Arzobispo, el poder que tenía y los secuaces con los que podía contar para serles muy contrario y dañino, le envió inmediatamente al Duque de Alba y al Conde de Triviño, `para que lo calmasen y le pidieran que volviese a la Corte, y `para el mismo efecto, el Rey envió también a Pedro de Barca. Pero todo fue en vano, porque Arzobispo respondió que por su edad ya no estaba para meterse en escollos de tantos negocios y que solo quería retirarse a vivir con quietud y atender su ministerio, pero, como todos conocían su genio turbulento y vengativo, dejó siempre con recelo a los Reyes.
El Arzobispo dio un giro absoluto a su política, integrándose en el bando contrario liderado por el Rey de Portugal, que defendía los derechos al trono de Castilla para Juana "La Beltraneja".
Balbino Lozano
En 1474 se produjo la muerte del Rey Enrique IV de Castilla, lo que dio lugar a que los príncipes don Fernando y doña Isabel fueran aclamados como Reyes de Castilla y León. Don Fernando salió de Zaragoza el 19 de diciembre y el 30, en Turégano, tuvo noticia de la Reina, su mujer que le esperaba en Segovia.
Asó comienza la historia de un reinado en el que, se dice, que subió la monarquía de España a los tiempos de mayor esplendor. Dispuesto en Segovia el recibimiento, con grandes aclamaciones de todo género, y habiendo llegado a palacio, confirmaron ambos monarcas los principales oficios en las personas que ya los tenían: el de Chanciller del Sello de Puridad al Cardenal Mendoza, el del Sello de Plomo al Conde de Castañeda, el de Almirante a don Alonso Enriquez, el de Camarero mayor y Condestable al Conde de Haro, los Contadores Mayores a Gonzalo Chacón y Gutierre de Cárdenas, y así los demás oficios, exceptuando los que ya tenía el Marqués de Villena y otros que estaban ligados con él, esperando su resolución.
El Arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo de Acuña, que se vendía por hombre santo y que había alcanzado el secreto de la piedra filosofal para hacer oro, empezó a resentirse de la Reina desde que ésta entró en Segovia, porque no le había dado hospedaje en la Casa real y pareciéndole que los Reyes hacían más caso y daban mayor confianza al Cardenal Mendoza, que no a él, avivaba cada día más su resentimiento, juzgando que, por los servicios que había hecho anteriormente a los reyes, era el más justo acreedor a la remuneración y a la confianza de los nuevos monarcas. Con ello, pidió a los Reyes algunas mercedes y oficios que disfrutaba con el Rey, su difunto padre. La Reina y los suyos le dijeron que no podían concedérselos, pues no era justo que, habiéndoles servido bien, sin causa alguna se los quitasen a quienes ya los tenían, que pidiese otras mercedes y verían de reconocérselas.
Exasperado sumamente el Arzobispo de la respuesta y conociéndolo el Rey y la Reina, trataron de templarle. El Rey procuró, yéndose a su aposento, satisfacer su queja, reconviniéndole con que tenía muy en la memoria los grandes servicios que a él y a su mujer les había hecho y con el tiempo le daría su reconocimiento; pero no bastó esto a sosegar su turbulento enojo, así se marchó de Segovia el 20 de enero de 1475 para Alcalá de Henares. La Reina, conociendo el tenaz genio del Arzobispo, el poder que tenía y los secuaces con los que podía contar para serles muy contrario y dañino, le envió inmediatamente al Duque de Alba y al Conde de Triviño, `para que lo calmasen y le pidieran que volviese a la Corte, y `para el mismo efecto, el Rey envió también a Pedro de Barca. Pero todo fue en vano, porque Arzobispo respondió que por su edad ya no estaba para meterse en escollos de tantos negocios y que solo quería retirarse a vivir con quietud y atender su ministerio, pero, como todos conocían su genio turbulento y vengativo, dejó siempre con recelo a los Reyes.
El Arzobispo dio un giro absoluto a su política, integrándose en el bando contrario liderado por el Rey de Portugal, que defendía los derechos al trono de Castilla para Juana "La Beltraneja".
Balbino Lozano




















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