
NUESTRA HISTORIA
Confidencias de Viriato
Estaba yo sentado en la terraza de un bar que hay en la Plaza de Viriato, tomando un refresco en una de estas acaloradas tardes del mes de agosto, cuando me pareció observar que la estatua del héroe lusitano, instalada en aquella plaza desde hace más de cien años, denotaba ciertos indicios de vida.
Observé atentamente aquel monumento esculpido por Eduardo Barrón en Roma el año 1883, y pude comprobar que Viriato quería hacerme alguna confidencia, posiblemente para aliviar el cansancio de tanto tiempo erguido sobre el granítico pedestal con su brazo derecho en alto, no precisamente para saludar a los viandantes, sino para señalar los vastos terrenos que ocupaba la Lusitania en la que él libró arduas batallas contra los romanos.
Al verme acompañado de una dama, con la que tengo por costumbre pasear , me dijo desde su elevado emplazamiento: - Me has despertado el recuerdo de cuando estuve enamorado de la bella Elena -. Me contó que cuando, en una de sus incursiones contra los romanos, llegó a Segóbriga, que en la actualidad pertenece a la provincia de Cuenca, se enamoró de una bella mujer conquense, a la que iba a visitar con frecuencia, acompañado siempre de un grupo de hombres de su confianza por temor a que los romanos querían darle muerte a cualquier precio.
Lo cierto es que, según el historiador Diodoro, Viriato se casó con Taringa, hija de Astolpas, un hombre de la alta sociedad lusitana. Se cuenta que el padre de la novia le ofreció como dote a su futuro yerno un puñado de objetos de oro, entre ellos una lanza. Sin embargo, el novio, lejos de quedar impresionado con tanta riqueza: bebidas, viandas, copas de oro, tejidos, bordados..., se indignó ante tanto despilfarro y dirigió un duro discurso a todos los comensales, comentando con desprecio cómo podía haber allí tales tesoros cuando los romanos habían saqueado a su pueblo. Luego, el héroe rompió la lanza en dos , agarró a la novia, la subió a lomos del caballo y se alejó del lugar donde se celebraba la ceremonia partiendo hacia su campamento de las montañas.
Se dice que algunos años más tarde el guerrero lusitano mató a su propio suegro acusándole de traición al haber pactado treguas con los romanos solo para conservar sus riquezas.
Viriato no me confesó tantos detalles de su vida amorosa, pero los historiadores sí que han dejado constancia de su temperamental modo de comportarse.
Balbino Lozano
Estaba yo sentado en la terraza de un bar que hay en la Plaza de Viriato, tomando un refresco en una de estas acaloradas tardes del mes de agosto, cuando me pareció observar que la estatua del héroe lusitano, instalada en aquella plaza desde hace más de cien años, denotaba ciertos indicios de vida.
Observé atentamente aquel monumento esculpido por Eduardo Barrón en Roma el año 1883, y pude comprobar que Viriato quería hacerme alguna confidencia, posiblemente para aliviar el cansancio de tanto tiempo erguido sobre el granítico pedestal con su brazo derecho en alto, no precisamente para saludar a los viandantes, sino para señalar los vastos terrenos que ocupaba la Lusitania en la que él libró arduas batallas contra los romanos.
Al verme acompañado de una dama, con la que tengo por costumbre pasear , me dijo desde su elevado emplazamiento: - Me has despertado el recuerdo de cuando estuve enamorado de la bella Elena -. Me contó que cuando, en una de sus incursiones contra los romanos, llegó a Segóbriga, que en la actualidad pertenece a la provincia de Cuenca, se enamoró de una bella mujer conquense, a la que iba a visitar con frecuencia, acompañado siempre de un grupo de hombres de su confianza por temor a que los romanos querían darle muerte a cualquier precio.
Lo cierto es que, según el historiador Diodoro, Viriato se casó con Taringa, hija de Astolpas, un hombre de la alta sociedad lusitana. Se cuenta que el padre de la novia le ofreció como dote a su futuro yerno un puñado de objetos de oro, entre ellos una lanza. Sin embargo, el novio, lejos de quedar impresionado con tanta riqueza: bebidas, viandas, copas de oro, tejidos, bordados..., se indignó ante tanto despilfarro y dirigió un duro discurso a todos los comensales, comentando con desprecio cómo podía haber allí tales tesoros cuando los romanos habían saqueado a su pueblo. Luego, el héroe rompió la lanza en dos , agarró a la novia, la subió a lomos del caballo y se alejó del lugar donde se celebraba la ceremonia partiendo hacia su campamento de las montañas.
Se dice que algunos años más tarde el guerrero lusitano mató a su propio suegro acusándole de traición al haber pactado treguas con los romanos solo para conservar sus riquezas.
Viriato no me confesó tantos detalles de su vida amorosa, pero los historiadores sí que han dejado constancia de su temperamental modo de comportarse.
Balbino Lozano
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