Sábado, 06 de Septiembre de 2025

Balbino Lozano
Jueves, 22 de Agosto de 2024
NUESTRA HISTORIA

Los gabachos en Zamora

Como muestra de lo que supuso la invasión de los franceses en la ciudad de Zamora, entre los años 1807 y 1813, tomamos uno de los acuerdos que se vio obligado a tomar el Ayuntamiento,  en cumplimiento de las órdenes que daba el Capitán General.


El 11 de octubre de 1807, la Autoridad militar ordenaba al Alcalde-Corregidor que preparase todo lo necesario para acoger en esta ciudad a tres mil hombres de infantería y mil quinientos de caballería.  Disponía el jefe militar que corregidor y Ayuntamiento debían cumplir puntualmente las órdenes de alojamiento de las tropas para que nada faltase a éstas, pidiendo información detallada del número de caballos  que pudieran colocarse en los mesones y casas particulares dentro y fuera de la ciudad.


Varios millares de caballerías arrasaron los sembrados, no solamente en este término municipal, sino también en los pueblos de alrededor.  Los labradores de Valcabado,  Coreses, Villaralbo, Morales del Vino, Tardobispo y tantos otros se quejaban, aunque nadie podía atender sus lamentos, de que las acémilas se comían trigos y cebadas sin esperar a la época de la recolección.


Las requisas se producían con mucha frecuencia;  a los vecinos del arrabal de San Lázaro le fueron decomisados seis pares de bueyes para la conducción de galletas a Benavente por el Ejército Británico, que se quedó con las reses.  Seis años más tarde, superada ya la invasión del enemigo, pidieron al Ayuntamiento que les reintegrase el importe del valor de los animales que habían perdido.  El Ayuntamiento no pudo hacer otra cosa que expedir la certificación del evento.


El 1º de enero de 1811, fue obligado el Ayuntamiento a poner a disposición del General Fournier  cien caballerías, diez carros y doscientos costales, cuya requisición debía llevarse a efecto sin pérdida de tiempo entre los vecinos de esta ciudad,  sus arrabales y alquerías. Todo eran apuros económicos para el Ayuntamiento, que para intentar el pago de los salarios de los empleados municipales, se vio en la necesidad de vender, en 1812, todos los objetos de plata que había en la Casa Consistorial; eran una cruz de altar, dos candeleros, un platillo, vinajeras, campanilla, tintero, salvadera y una lámpara, todo lo cual tasó el maestro platero don Lorenzo Rincón y fueron vendidos en dos mil quinientos sesenta y nueve reales de vellón.


Libres, por fin, de la dominación francesa, la  nueva Corporación municipal tomaba posesión de sus cargos  y de las cargas que habían quedado como rastros de hambre y desolación por invasión francesa.

Balbino Lozano

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