Miércoles, 12 de Noviembre de 2025

Eugenio-Jesús de Ávila
Martes, 24 de Septiembre de 2024
COSAS PROPIAS

No me resigno a una Zamora menguante, triste y entregada

Eugenio-Jesús de Ávila

 

No quiero ser cargante, palabra que escuché pronunciar desde mi infancia. Pero reitero que no me siento a gusto en una Zamora menguante, en una Zamora envejecida, en una Zamora triste. Hay gentes que, desde niños, mostraban un rostro de melancolía, como si les doliera el alma. Crecieron y mantuvieron ese rictus de amargura. Hay ciudades que también adoptan ese aire de aflicción, porque las habitan personas sin ideas, conformistas, enfadadas consigo misma, que parecería que se odian. Zamora, a veces, con frecuencia, ofrece su rostro más áspero, propio de un pueblo sin ilusiones, rendido y resignado.

 

Sin embargo, debajo de esa epidermis arrugada, hay un alma colectiva que disfruta con pequeñas cosas. Ese sentimiento, escondido en las bodegas del alma, necesita que lo pellizquen, que lo provoquen, que lo transformen. Y, cuando alguien lo logra, aparece la Zamora de la ucronía, aquella ciudad que pudo ser y no es, excepción de manifestaciones como las de la Semana Santa, que tiene muy poco de católica, pero sí es religiosa, en el sentido íntima del término, porque hay un “religare”, una reunión, un estrechar un vínculo. Durante esos días de la Pasión, una excusa para vivir, sentir y amar, los zamoranos son otros muy distintos de los que transitan por Santa Clara o cualquier calle, plaza o rúa durante los meses tediosos del año.

 

 

Como ateo racional, la Semana Santa la contemplo como fenómeno sociológico, económico y cultural. Sé de que van las batallas domésticas en el seno de las cofradías y hermandades. Allá cada cual con sus vanidades y ambiciones. Pero me encanta que Zamora, cual volcán, erupcione cuando la primera luna de la Pascua ilumina crucificados y vírgenes desoladas.

 

Siempre que la ciudad sale a la calle y recibe a turistas de la cultura de forma masiva, mi corazón, ya tan obsoleto, late más acelerado. Las inyecciones de euforia renuevan espíritus y glóbulos rojos. Si Fromago fue un éxito de público y económico para Zamora, otra Semana Santa de quesos crucificados, de resurrección láctea, alabada sean los que parieron y ejecutaron esta idea, convertida en realidad.

 

Si el Mercado Medieval y esa reunión internacional de gigantes estiraron la piel de la ciudad del alma, una semana después del éxtasis quesero, satisfacción personal y optimismo en vena.

 

Esa Zamora ambiciosa, esa sociedad renovada, ese monumento al hedonismo, todo síntoma de renacimiento cultural, social y económico, provocan en mí una catarsis profundísima que me aparta de ese dolor que me abruma desde que mi ciudad entró en un coma económico y demográfico deprimente y desconsolador. Pero sé que, cuando avance el otoño, durante los meses en que las hojas se mueren, los arboles se desnudan y las nieblas nos humedecen, volveré a pasear, acompañado de mi soledad, por la ciudad silente, conformista y resignada.

 

Solo las ideas de políticos, de hombres y mujeres de la cultura, de empresas que sientan a Zamora como a su madre espiritual, lograrán encontrar proyectos que sigan meneando el carácter secular de nuestra tierra.

 

En Zamora conviven personas muy inteligentes que conjugan el verbo pensar sin darles miedo, junta a otras que sancionan todo idea revolucionaria, no me refiero ni al marxismo, ni al liberalismo, a la puta política, sino a las que emanan de la sustancia interior de todo ser humano. Cuando la genialidad derrote a la mediocridad, nuestra tierra volverá a sonreír, a mostrar su rostro más amable, a sentirse a sí misma. Nos queda el futuro a la vuelta de cualquier Fromago, Mercado Medieval, Semana Santa y Edades del Hombre.  

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