EL BECARIO TARDIO
Socializar en las RRSS
Esteban Pedrosa
Cada día que pasa, conozco a más gente que no conozco, que tienen forma de saludos a pie de calle para rendir cortesía a lo amable que son, al menos del saludo para fuera, que de casa para adentro cada uno bendiga su propio rincón y dios el de todos, que diría el otro por muy ateo que fuera.
Conocemos a gente –de esa que llamamos de toda la vida- de la que sabemos nada o cuatro cosas mínimas y lo único que alcanzamos a atisbar es que debieron de nacer de una madre, muy pequeñitos y tardaron cierto tiempo en apañarse por si mismos y, a partir de ahí, cada uno tomó su camino o el que le dejaron, llegando, con el tiempo, a aprender a abrocharse la bragueta y otros botones e incluso “se sacaron” el carné de identidad en tiempo y forma.
Recuerdo, de mis largas estancias fuera de Zamora, aquellos momentos en los que volvía y me parecía estar en otra ciudad hasta que no veía una cara conocida y, entonces, solo entonces, me tranquilizaba, pensando que aquella cara formaba parte intrínseca de mi tierra y que todo volvía a estar en su sitio. Unas veces, la cara no tenía nombre, pero sí barrio, ubicación, anécdota, escuela, hermana, olores y, otras, el nombre borraba todo lo demás y no sabías darle un espacio ni un tiempo a aquella pila bautismal.
Ahora, ya se me confunden, como decía al principio, caras con anécdotas y, cuando tengo dudas, lo achaco todo al Facebook dichoso, que tanto nos ha cambiado la vida, por mucho que no queramos saberlo, de dónde viene toda esa gente que, en poco tiempo, ya se ha convertido en la de toda la vida, que te jalea con un “me gusta” y cualquier día te encuentras por la calle y no sabes dónde meter las manos ni qué decir, salvo algún comentario de alguna foto colocada en Internet y salir del paso, volviendo a la timidez de la que nos guardamos usando las redes sociales, que socializan menos de lo que pensamos.
Cada día que pasa, conozco a más gente que no conozco, que tienen forma de saludos a pie de calle para rendir cortesía a lo amable que son, al menos del saludo para fuera, que de casa para adentro cada uno bendiga su propio rincón y dios el de todos, que diría el otro por muy ateo que fuera.
Conocemos a gente –de esa que llamamos de toda la vida- de la que sabemos nada o cuatro cosas mínimas y lo único que alcanzamos a atisbar es que debieron de nacer de una madre, muy pequeñitos y tardaron cierto tiempo en apañarse por si mismos y, a partir de ahí, cada uno tomó su camino o el que le dejaron, llegando, con el tiempo, a aprender a abrocharse la bragueta y otros botones e incluso “se sacaron” el carné de identidad en tiempo y forma.
Recuerdo, de mis largas estancias fuera de Zamora, aquellos momentos en los que volvía y me parecía estar en otra ciudad hasta que no veía una cara conocida y, entonces, solo entonces, me tranquilizaba, pensando que aquella cara formaba parte intrínseca de mi tierra y que todo volvía a estar en su sitio. Unas veces, la cara no tenía nombre, pero sí barrio, ubicación, anécdota, escuela, hermana, olores y, otras, el nombre borraba todo lo demás y no sabías darle un espacio ni un tiempo a aquella pila bautismal.
Ahora, ya se me confunden, como decía al principio, caras con anécdotas y, cuando tengo dudas, lo achaco todo al Facebook dichoso, que tanto nos ha cambiado la vida, por mucho que no queramos saberlo, de dónde viene toda esa gente que, en poco tiempo, ya se ha convertido en la de toda la vida, que te jalea con un “me gusta” y cualquier día te encuentras por la calle y no sabes dónde meter las manos ni qué decir, salvo algún comentario de alguna foto colocada en Internet y salir del paso, volviendo a la timidez de la que nos guardamos usando las redes sociales, que socializan menos de lo que pensamos.


















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