HABLEMOS
Ucrania, guerra inútil
Desde Zamora
Entre la apatía y el desánimo, la comunidad internacional anda volcada en sus quisicosas, miserias como la globalización, la fractura del sistema geopolítico, las migraciones masivas y la majadería del cambio climático, como gran mentira al servicio de la propaganda política. Lo anterior a costa de un cómodo ignorar la guerra de Ucrania, que lleva camino de una peligrosísima escalada a las puertas del conflicto mundial.
Zelenski viene dando alas a un aventurerismo temerario, al abrigo de la legitimidad nacida con los acontecimientos de Maidán en el Kiev de 2013-14, preludio de las elecciones de 2019. A remolque de una tragedia que amenaza con eternizarse, Ucrania no tiene chance alguna frente a la potencia que dispone del segundo arsenal nuclear del planeta. Empeñarse en lo contrario, pida lo que pida una Rusia imperialista ya en época de los zares, es prolongar la agonía de la población civil, así como condenar al país a una ruina material y económica de efectos desastrosos a lo largo de décadas.
Pero, más aún. Ni Occidente ni sus decadentes democracias deberían olvidar que Ucrania es país procedente de la órbita soviética, pese al odio alimentado por las atrocidades del estalinismo contra una sociedad kulak y profundamente campesina. En rigor, Ucrania es anomalía interna y póstuma del ex imperio comunista de la komintern y la revolución mundial, hoy bajo égida de un Putin que, pese al juicio que pueda merecer en lo ético, negocio siempre proceloso tratándose de política internacional, y también pese a una retórica belicista de cara a la propia galería, se ha mostrado calculador en cuanto a despliegue armamentístico y magnitud de las operaciones militares.
Occidente no debe actuar como rehén de quien hace caso omiso de su intrínseca debilidad. Y, por descontado, resultaría suicida la tentación en que parecen haber caído algunas potencias europeas víctimas de sus espejismos, o sea, grandeur y Commonwealth, de proporcionar misiles convencionales de largo alcance a la Ucrania empeñada en un auténtico delirio, a la rastra de intereses poco claros.
Desgraciadamente, tarde o temprano Ucrania perderá territorio en beneficio de Rusia, que a lo sumo sufrirá un desgaste nunca decisivo, como han acreditado dos años de guerra inútil. Por ello, desde criterios realistas es preciso que, al margen de una Europa inane, EE.UU. tome la iniciativa de negociaciones directas con la Federación Rusa, para llegar a un compromiso en el que Ucrania habrá de aceptar su situación de hecho. Y de paso, avanzar en acuerdos de desarme y seguridad en el corredor de la Europa oriental, tranquilo desde la última gran crisis balcánica, excepto la anomalía del país que, bajo protectorado soviético, protagonizó y sin duda padeció la catástrofe de Chernóbil. ¿O sería preferible, de atender a soflamas belicistas, un remake nuclear del tipo que fuere, civil o militar, contaminando de nuevo la mayor parte del solar continental?
Entre la apatía y el desánimo, la comunidad internacional anda volcada en sus quisicosas, miserias como la globalización, la fractura del sistema geopolítico, las migraciones masivas y la majadería del cambio climático, como gran mentira al servicio de la propaganda política. Lo anterior a costa de un cómodo ignorar la guerra de Ucrania, que lleva camino de una peligrosísima escalada a las puertas del conflicto mundial.
Zelenski viene dando alas a un aventurerismo temerario, al abrigo de la legitimidad nacida con los acontecimientos de Maidán en el Kiev de 2013-14, preludio de las elecciones de 2019. A remolque de una tragedia que amenaza con eternizarse, Ucrania no tiene chance alguna frente a la potencia que dispone del segundo arsenal nuclear del planeta. Empeñarse en lo contrario, pida lo que pida una Rusia imperialista ya en época de los zares, es prolongar la agonía de la población civil, así como condenar al país a una ruina material y económica de efectos desastrosos a lo largo de décadas.
Pero, más aún. Ni Occidente ni sus decadentes democracias deberían olvidar que Ucrania es país procedente de la órbita soviética, pese al odio alimentado por las atrocidades del estalinismo contra una sociedad kulak y profundamente campesina. En rigor, Ucrania es anomalía interna y póstuma del ex imperio comunista de la komintern y la revolución mundial, hoy bajo égida de un Putin que, pese al juicio que pueda merecer en lo ético, negocio siempre proceloso tratándose de política internacional, y también pese a una retórica belicista de cara a la propia galería, se ha mostrado calculador en cuanto a despliegue armamentístico y magnitud de las operaciones militares.
Occidente no debe actuar como rehén de quien hace caso omiso de su intrínseca debilidad. Y, por descontado, resultaría suicida la tentación en que parecen haber caído algunas potencias europeas víctimas de sus espejismos, o sea, grandeur y Commonwealth, de proporcionar misiles convencionales de largo alcance a la Ucrania empeñada en un auténtico delirio, a la rastra de intereses poco claros.
Desgraciadamente, tarde o temprano Ucrania perderá territorio en beneficio de Rusia, que a lo sumo sufrirá un desgaste nunca decisivo, como han acreditado dos años de guerra inútil. Por ello, desde criterios realistas es preciso que, al margen de una Europa inane, EE.UU. tome la iniciativa de negociaciones directas con la Federación Rusa, para llegar a un compromiso en el que Ucrania habrá de aceptar su situación de hecho. Y de paso, avanzar en acuerdos de desarme y seguridad en el corredor de la Europa oriental, tranquilo desde la última gran crisis balcánica, excepto la anomalía del país que, bajo protectorado soviético, protagonizó y sin duda padeció la catástrofe de Chernóbil. ¿O sería preferible, de atender a soflamas belicistas, un remake nuclear del tipo que fuere, civil o militar, contaminando de nuevo la mayor parte del solar continental?


















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