Miércoles, 12 de Noviembre de 2025

Eugenio-Jesús de Ávila
Martes, 01 de Octubre de 2024
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA

La cúpula y la torre de la Catedral, nuestras señas de identidad

Me habría satisfecho en grado sumo que nuestra Catedral mantuviese su cuerpo románico, su verdadero ser, su esencia.  Y viajar en el corcel de Cronos hacia el pretérito para conocer su nacimiento. Me entristece ese pórtico neoclásico que no pinta nada, ni los adornos del gótico tardío, y echo de menos los primitivos ábsides, quizá idénticos a los que ahora luce la hermana menor de nuestra Seo, la Colegiata de Toro. La historia y su colega el tiempo transforman las creaciones del hombre. Pero me fascinan la puerta sur, la cúpula y la torre. Y, a distancia, parece que me convocan, que me llaman, que me señalan el camino para regresar a casa. Son como un matrimonio antiguo. Ella se pinta con sus “cáscaras de huevo”, gallones, de piedra y él, más sobrio, impone su estatura y su fuerza para que su esposa se sienta protegida.

 

La Catedral que fue ya no existe. Después de 850 años de vida, perdió, por conceptos estéticos de dudoso gusta de los aristócratas de la Iglesia Católica o por algún incendio, los ábsides románicos, sus cabellos de juventud; su pórtico del septentrión, que ningún erudito supo, cuándo le pregunté, cómo fue el original, más otros huesos de su delicado esqueleto.  Pero la Seo, incluso para los que militamos en el ateísmo racional, le llevo tatuada en la epidermis de mi memoria.

 

 

Todos los zamoranos que amamos a nuestra ciudad, que tenemos memoria de nuestra niñez, con cierta sensibilidad por nuestro patrimonio monumental, llevamos una cúpula románica por corazón y la torre de la Seo como columna vertebral. Pero el cimborrio también es seno que alimenta nuestra vida desde que nacemos. Nos nutre de historia, nos muestra las heridas del tiempo, ese Cronos que no tiene piedad ni de los hombres ni del arte que crearon.

 

Y, cuando contemplo el complejo catedralicio desde las orillas del río, parece que los árboles crecen más y más para abrazarse a ese matrimonio que bendijeron los arquitectos románicos. Los acarician, en la distancia, con sus ramas; les muestran sus nidos y escuchan los trinos de las avecillas que encontraron el Edén entre el Duero y ese seno religioso y el señor grande y fuerte que defiende la ciudad y vela por su dueña y señora.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

 

 

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