HABLEMOS
Occidente a la deriva
Desde Zamora
Sólo desde la inconsciencia y la irresponsabilidad pueden ignorarse las consecuencias, por sí inevitables, de los cambios a que asiste nuestro mundo, no ya a causa de la patraña del cambio climático u otras similares, sino de movimientos telúricos en los cimientos mismos de la sociedad, según ocurre a nivel económico y geopolítico debido a la irrupción de potencias, China en particular, que amenazan con dar la vuelta al sistema de relaciones internacionales, gestado en las décadas posteriores a la II Guerra mundial.
Pero aun sufriendo ya las consecuencias: retroceso de EE.UU. y especialmente de una Europa en honda crisis, ello junto a episodios dramáticos como la guerra de Ucrania y los conflictos de Oriente medio, quizá de mayor alcance sean los desplazamientos de población que, con carácter de migraciones masivas, borran fronteras aunque fundamentalmente alteran modos de vida, estructuras económicas, sociales y políticas que hasta no hace mucho se creían sólidas. Es más, destruyen identidades étnicas y culturales necesarias para la estabilidad de cualquier grupo humano, necesitado de valores compartidos sin los cuales no es posible la convivencia.
El buenismo de la corrección política pretende que, por medio de una manipulación acompañada de imposición en el ámbito de las mentalidades, cabe homologar (homología vs antropología) etnias, culturas y religiones, superando diferencias que hunden sus raíces en la naturaleza humana, víctima por doquier de atavismos milenarios. Los desajustes demográficos, con movimientos a gran escala buscando parasitar riqueza y confort de los países desarrollados, en lo que se juzgó de forma equívoca dominio y explotación del Primer mundo sobre el Tercero poscolonial, acarrean a medio plazo tensiones y conflictos internos, como elevado coste de una, y ya es suponer, imperfecta asimilación.
Un Occidente que claudica parece dispuesto a asumirlo. Acéptese, pero, dejando a un lado imposturas ideológicas, nuestras sociedades bajo el espejismo de un bienestar decrépito debieran pensar en el futuro de nuestros hijos y nietos. ¿Delincuencia, conflicto, tensión y empobrecimiento, como lacras padecidas hace tiempo por el mundo dícese hermano de Iberoamérica, en la actualidad radicalizado a causa de un indigenismo woke, odiador y revanchista? Por descontado, y a ello vamos. Pues la integración, aun exitosa, nunca dejaría de tener efectos indeseados en forma acaso de inversión radical de las posiciones grupales, no ya de clase sino previsiblemente raciales, en cuanto a la distribución de la riqueza. Mas también respecto a la jerarquía social y el influjo político, en países que fueron patrimonio propio a lo largo de siglos y generaciones.
Sólo desde la inconsciencia y la irresponsabilidad pueden ignorarse las consecuencias, por sí inevitables, de los cambios a que asiste nuestro mundo, no ya a causa de la patraña del cambio climático u otras similares, sino de movimientos telúricos en los cimientos mismos de la sociedad, según ocurre a nivel económico y geopolítico debido a la irrupción de potencias, China en particular, que amenazan con dar la vuelta al sistema de relaciones internacionales, gestado en las décadas posteriores a la II Guerra mundial.
Pero aun sufriendo ya las consecuencias: retroceso de EE.UU. y especialmente de una Europa en honda crisis, ello junto a episodios dramáticos como la guerra de Ucrania y los conflictos de Oriente medio, quizá de mayor alcance sean los desplazamientos de población que, con carácter de migraciones masivas, borran fronteras aunque fundamentalmente alteran modos de vida, estructuras económicas, sociales y políticas que hasta no hace mucho se creían sólidas. Es más, destruyen identidades étnicas y culturales necesarias para la estabilidad de cualquier grupo humano, necesitado de valores compartidos sin los cuales no es posible la convivencia.
El buenismo de la corrección política pretende que, por medio de una manipulación acompañada de imposición en el ámbito de las mentalidades, cabe homologar (homología vs antropología) etnias, culturas y religiones, superando diferencias que hunden sus raíces en la naturaleza humana, víctima por doquier de atavismos milenarios. Los desajustes demográficos, con movimientos a gran escala buscando parasitar riqueza y confort de los países desarrollados, en lo que se juzgó de forma equívoca dominio y explotación del Primer mundo sobre el Tercero poscolonial, acarrean a medio plazo tensiones y conflictos internos, como elevado coste de una, y ya es suponer, imperfecta asimilación.
Un Occidente que claudica parece dispuesto a asumirlo. Acéptese, pero, dejando a un lado imposturas ideológicas, nuestras sociedades bajo el espejismo de un bienestar decrépito debieran pensar en el futuro de nuestros hijos y nietos. ¿Delincuencia, conflicto, tensión y empobrecimiento, como lacras padecidas hace tiempo por el mundo dícese hermano de Iberoamérica, en la actualidad radicalizado a causa de un indigenismo woke, odiador y revanchista? Por descontado, y a ello vamos. Pues la integración, aun exitosa, nunca dejaría de tener efectos indeseados en forma acaso de inversión radical de las posiciones grupales, no ya de clase sino previsiblemente raciales, en cuanto a la distribución de la riqueza. Mas también respecto a la jerarquía social y el influjo político, en países que fueron patrimonio propio a lo largo de siglos y generaciones.



















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