COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Zamora embellece en las madrugadas otoñales
Quizá nunca paseaste por Zamora, cuando la madrugada aún es niña y las rúas del casco antiguo recibieron el agua de la lluvia otoñal. Acaso jamás te fijaste en las soledades del Puente de Piedra y el Duero siendo profunda la noche y caminando en contra de Eolo.
Zamora, cuando duerme la gente, se convierte en una obra de arte, en la que intervienen la naturaleza, con su gubia, y la historia, con su pincel para pintarla al óleo del tiempo. Nuestra ciudad necesita de la noche para sentirse hermosa, cual lechuza que sale de caza cuando el sol navega por el Atlántico.
Durante los meses del otoño, los zamoranos se guardan antes. Prefieren quedarse en casa a ver la televisión, el medio que utiliza el poder para adoctrinar, para convencer a los ilusos que la mentira encabeza la jerarquía de la verdad. Pero el octubre vestido de lluvia, el noviembre del Tenorio y la memoria de los muertos y los días de diciembre de vientos y nieblas desvelan otra Zamora, presumida y solitaria, taciturna y discreta, pero más hermosa y atractiva.
Solo las almas solitarias disfrutan de la nocturnidad de la ciudad del Romancero y con alevosía. A esas oscuras horas de la noche el río se siente poeta; la luna busca amante, burlando al machista sol, y los peces lloran lágrimas secas, mientras el Puente de Piedra luce su prestancia románica.
Zamora prefiere la madrugada para debatir sobre su futuro y hablar de su glorioso pasado, de sus cuitas y amores, con el caballero que camina sin su sombra.
Eugenio-Jesús de Ávila
Quizá nunca paseaste por Zamora, cuando la madrugada aún es niña y las rúas del casco antiguo recibieron el agua de la lluvia otoñal. Acaso jamás te fijaste en las soledades del Puente de Piedra y el Duero siendo profunda la noche y caminando en contra de Eolo.
Zamora, cuando duerme la gente, se convierte en una obra de arte, en la que intervienen la naturaleza, con su gubia, y la historia, con su pincel para pintarla al óleo del tiempo. Nuestra ciudad necesita de la noche para sentirse hermosa, cual lechuza que sale de caza cuando el sol navega por el Atlántico.
Durante los meses del otoño, los zamoranos se guardan antes. Prefieren quedarse en casa a ver la televisión, el medio que utiliza el poder para adoctrinar, para convencer a los ilusos que la mentira encabeza la jerarquía de la verdad. Pero el octubre vestido de lluvia, el noviembre del Tenorio y la memoria de los muertos y los días de diciembre de vientos y nieblas desvelan otra Zamora, presumida y solitaria, taciturna y discreta, pero más hermosa y atractiva.
Solo las almas solitarias disfrutan de la nocturnidad de la ciudad del Romancero y con alevosía. A esas oscuras horas de la noche el río se siente poeta; la luna busca amante, burlando al machista sol, y los peces lloran lágrimas secas, mientras el Puente de Piedra luce su prestancia románica.
Zamora prefiere la madrugada para debatir sobre su futuro y hablar de su glorioso pasado, de sus cuitas y amores, con el caballero que camina sin su sombra.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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