Lluvia para la libertad y el progreso

Siento algo especial en esa parte de mí que no veo, pero debe estar más allá de mi piel, cuando llueve mientras escribo. Cada gota de agua que estalla contra el haz de una hoja es un verso. Cuando la lluvia cae, sueña el Duero con hacerse más grande, las raíces de los árboles calman su sed de savia, las avecillas buscan sus charcos para humedecer sus trinos y las lágrimas disimulan las penas que las lloran.

Nosotros también amamos a la lluvia, porque somos agua, agua que sueña, que ama, que sufre, que ríe y sonríe, que se evapora y asciende a la categoría de nube. Cuando hacemos el amor, el sudor es agua que hierbe de pasión en cada poro de la piel. Los besos mojan los labios de los amantes con la lluvia del deseo, del placer, del sexo.

Yo he oído a la hierba, a los olmos del Duero y a las flores cantar sinfonías de humedad cuando las lluvias los empapan.

Hoy, en las tierras zamoranas, se celebró un guateque de clorofila y fotosíntesis, y danzaron ramas de árboles y perfumes de laurel con las hojas secas de este otoño primerizo. Las nubes vivieron sus orgasmos de vapor de agua mientras los agricultores negociaban con el cielo sus cosechas. Las gentes del campo siguen oliendo a libertad y progreso. Sus verdaderos enemigos se hallan entre los burócratas políticos, los de aquí y los de Europa, que no distinguen espigas de trigo, de cebada, avena o centeno, arados y vertederas.

Bendita sea la lluvia que renueva la sangre de las tierras, que alimenta los sueños de cosechas y besa las viñas tras las vendimias. 

Eugenio-Jesús de Ávila