ZAMORANA
Desde las alturas
Las palomas se arrullan en los tejados y los recovecos de las iglesias antes y después de emprender un vuelo comunal asustando con su aleteo a los paseantes y dejando su estela en forma de plumas sobre las calles. Ellas se han quedado en la ciudad, no emigran a nuevos lares porque aquí están seguras y, hasta que regresen otras aves, son dueñas de calles y edificios.
Recuerdo con una cierta nostalgia que, en mi pueblo, al igual que en otros muchos de esta hermosa comarca de Tierra de Campos-Pan, la existencia de palomares diseminados por la planicie, confundidos a veces con la propia tierra donde se asentaban; una construcción que, como tantas otras, debido a la desidia de los gobernantes no se ha mantenido y poco a poco sus ruinas dan testimonio de lo que fueron un día.
Tal vez sea porque las palomas no encuentran el asiento adecuado, por lo que buscan cobijo en las urbes, ya sea en entre las tejas, cornisas, o en ventanales abandonados y a salvo para incubar a sus crías, y allí permanecen durante los dieciocho días, sin apenas moverse, turnándose macho y hembra hasta que nacen los pichones. Este proceso, común y natural entre los seres vivos, es también una muestra de amor hacia las futuras nidadas. He observado como una pareja de palomas ha soportado una lluvia constante sin moverse del saliente estrecho de una ventana donde habían creado su nido. ¡Los animales dan lecciones!
Resulta todo un espectáculo ver bandadas de pájaros que, de pronto, como si se pusieran de acuerdo, hacen un vuelo colectivo, rápido y perfecto, para sorpresa de paseantes y curiosos; y luego se esfuman y dispersan con el mismo sigilo con que aparecieron. Me gusta verlos, levantar la vista al cielo, que observamos tan poco, y comprobar como existe, allá en las alturas, todo un mundo paralelo al nuestro, sobreviviendo con mayor o menor dificultad, y sacando adelante nuevas vidas para deleite de quienes amamos las aves que tanto acompañan silenciosamente nuestras soledades, que deleitan la vista con su agilidad, sus cabriolas en el aire y su comportamiento.
Hace unos días visité una residencia de mayores; hacía fresco y los residentes se encontraban en el interior, muchos asomados a las ventanas. Me sorprendió la cantidad de ojos que se distraían observando tras los cristales a los pájaros que proliferaban en los árboles cercanos; aves grandes o pequeñas, todas eran objeto de la curiosidad de aquellos mayores, personas que, en la recta final de su vida, ¡quién sabe si no tendrían en esas avecillas la única compañía que les faltaba para entretener sus horas!
Miré al cielo y recibí también desde las alturas un cálido aleteo de generosidad y esperanza.
Mª Soledad Martín Turiño
Las palomas se arrullan en los tejados y los recovecos de las iglesias antes y después de emprender un vuelo comunal asustando con su aleteo a los paseantes y dejando su estela en forma de plumas sobre las calles. Ellas se han quedado en la ciudad, no emigran a nuevos lares porque aquí están seguras y, hasta que regresen otras aves, son dueñas de calles y edificios.
Recuerdo con una cierta nostalgia que, en mi pueblo, al igual que en otros muchos de esta hermosa comarca de Tierra de Campos-Pan, la existencia de palomares diseminados por la planicie, confundidos a veces con la propia tierra donde se asentaban; una construcción que, como tantas otras, debido a la desidia de los gobernantes no se ha mantenido y poco a poco sus ruinas dan testimonio de lo que fueron un día.
Tal vez sea porque las palomas no encuentran el asiento adecuado, por lo que buscan cobijo en las urbes, ya sea en entre las tejas, cornisas, o en ventanales abandonados y a salvo para incubar a sus crías, y allí permanecen durante los dieciocho días, sin apenas moverse, turnándose macho y hembra hasta que nacen los pichones. Este proceso, común y natural entre los seres vivos, es también una muestra de amor hacia las futuras nidadas. He observado como una pareja de palomas ha soportado una lluvia constante sin moverse del saliente estrecho de una ventana donde habían creado su nido. ¡Los animales dan lecciones!
Resulta todo un espectáculo ver bandadas de pájaros que, de pronto, como si se pusieran de acuerdo, hacen un vuelo colectivo, rápido y perfecto, para sorpresa de paseantes y curiosos; y luego se esfuman y dispersan con el mismo sigilo con que aparecieron. Me gusta verlos, levantar la vista al cielo, que observamos tan poco, y comprobar como existe, allá en las alturas, todo un mundo paralelo al nuestro, sobreviviendo con mayor o menor dificultad, y sacando adelante nuevas vidas para deleite de quienes amamos las aves que tanto acompañan silenciosamente nuestras soledades, que deleitan la vista con su agilidad, sus cabriolas en el aire y su comportamiento.
Hace unos días visité una residencia de mayores; hacía fresco y los residentes se encontraban en el interior, muchos asomados a las ventanas. Me sorprendió la cantidad de ojos que se distraían observando tras los cristales a los pájaros que proliferaban en los árboles cercanos; aves grandes o pequeñas, todas eran objeto de la curiosidad de aquellos mayores, personas que, en la recta final de su vida, ¡quién sabe si no tendrían en esas avecillas la única compañía que les faltaba para entretener sus horas!
Miré al cielo y recibí también desde las alturas un cálido aleteo de generosidad y esperanza.
Mª Soledad Martín Turiño




















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